"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

martes, 27 de diciembre de 2011

¡80 añazos de Scotty Moore!

Pídasele al melómano medio que destaque a algunos de los que considera los guitarristas más importantes de la Historia del Rock y, probablemente, enumere a gente como Jimmy Hendrix, Eric Clapton, Mark Knopfler y todos esos paladines del heavy y el rock duro como Joe Satriani y demás que zigzaguean por los trastes y cuerdas de la guitarra a velocidad prodigiosa; puede que incluso algún despistado, confundiendo virtuosismo  con popularidad, añada a esa lista al por otro lado entrañable George Harrison, pero ninguno, o casi ninguno, nombrará a Scotty Moore. Todavía es más triste: es posible que la mayoría de encuestados ni siquiera sepa quién es. Es así de frustrante: el que es, indiscutiblemente, uno de los guitarristas más influyentes del rock, es prácticamente un desconocido para la mayoría de aficionados a esta música; permanece todavía ignorado incluso después de haber salido de aquella época tan oscura que para él fueron los últimos 60, todos los 70 y parte de los 80. Porque, por fin, hace apenas veinte o menos años, su figura, su legado, su entidad y dimensión comenzaron a valorarse con cierta justicia. El mal ya estaba hecho, por desgracia: muchos años en la sombra del semi-anonimato lo habían perdido para varias generaciones, y eso a pesar de las veces que habrán sonados sus magníficos solos y punteos a lo largo del mundo y los millones de personas que los habrán escuchado.

Personalmente, Scotty es uno de los grande, grandísimos mitos de mi vida, y además uno de los pocos que todavía me quedan en este mundo. A él y a mi también muy querido Eddie Cochran les debo uno de los mejores y más dichosos regalos que me han hecho nunca: aficionarme a tocar la guitarra, un tesoro y una pasión como sólo la música y los instrumentos lo pueden ser. No me importa qué pueden opinar los demás: para mí Scotty es el guitarrista más importante de la Historia del Rock. ¡Feliz cumpleaños, maestro!

(Si queréis saber algo más de la historia de Scotty, os invito a leer el artículo que le dediqué hace casi dos años en este enlace. Y, si domináis el inglés, esta es su web oficial: http://www.scottymoore.net/)

Fiestón de cumpleaños para Scotty por parte de Gibson Guitars. El presidente de la
compañía regaló al guitarrista una réplica de la ES-295 que utilizaba en los 50.
Un gran pastel para una gran leyenda. Acompañan a Scotty su compañera Gail Pollock
y Priscilla Presley

miércoles, 21 de diciembre de 2011

50 aniversario de “El Cid”

No quisiera dejar de acabar el año sin conmemorar un aniversario tan redondo como es el medio siglo del estreno de un film clásico del viejo Hollywood, aunque en este caso la Meca del Cine se trasladó parcial y temporalmente a nuestro país para el rodaje de la película cuyos cincuenta años celebramos: se trata de El Cid, dirigida por el legendario Anthony Mann, pues, en 1961.

El Cid fue un largometraje que integré relativamente tarde en mi palmarés filmográfico particular; no la pondré a la altura de mis grandes películas favoritas de todos los tiempos, pero sí quizás un poquito más abajo, entre aquellos títulos por los que guardo un cariño especial y que me gusta revisitar cada ciertos años. Hay dos razones principales por las que quizá el film revisado sufrió ese retraso a la hora de entrar a formar parte de mi larga lista de películas admiradas. Sin lugar a dudas debí de verla por primera vez a finales de los 80 o quizá principios de los 90 –época para mí de grandes descubrimientos cinematográficos o de confirmación de los ya conocidos–, pero la temática que trataba, conceptos a los que tengo alergia como “patriotismo”, “nación” o “rey”, la misma figura de El Cid, unidos a una temporal aversión a su protagonista, Charlton Heston, me impidieron quizá reconocer ante que gran film estaba. Con el tiempo y nuevos visionados conseguí vencer el primer prejuicio aceptándola como lo que es, una película épica de aventuras, basada en hechos reales y en un personaje que posiblemente fue un mercenario deleznable, pero sublimada e idealizada con todos esos aderezos fantásticos y maravillosos con los que sólo el 7º Arte puede engalanar hasta la historia más sórdida y trivial. Los años, y supongo que la madurez, me permitieron también, por fin, reconocer al Sr. Heston (quien, curiosamente, me había cautivado de niño con El planeta de los simios) como lo que fue: un excelente actor, a pesar de esa su ideología personal que me parecía tan detestable. No siempre es fácil deslindar las diferentes facetas de una artista, pero en este caso logré hacerlo, por fortuna, muchos años antes de que Charlton nos dejara, y ahora me siento honrado de poder ver sus muchos y buenos trabajos para el celuloide.

Inmenso Charlton Heston; bellísima Sophia Loren
Cuenta la historia, casi leyenda, que el productor Samuel Bronston se enamoró de España a finales de los 50 y tras fundar en Las Rozas, Madrid, unos estudios cinematográficos, se trajo a parte de su plantilla y, es de suponer que aprovechando también el menor coste de rodar en la Península Ibérica, dio forma a no pocas super-producciones épicas históricas y de aventuras, entre ellas 55 días en Pekín y La caída del Imperio Romano, además de la homenajeada en esta entrada. Cuando Bronston falleció en 1994, su cuerpo fue traído a la población en la que había dado a luz a casi todas aquellas películas, Las Rozas, donde fue enterrado.

Samuel Bronston
De El Cid, a día de hoy, me admira su dimensión épica y heroica –algo que destacaba al revisar La Comunida del Anillo– el héroe noble que lucha por su causa e ideales incluso contra su propio rey si es necesario, cualidades posiblemente discutibles en el soldado de fortuna que fue el verdadero Rodrigo Díaz de Vivar. No soy muy ducho en Historia, e imagino que para los más entendidos, la película tendrá innumerables anacronismos, errores de vestuario, armamento, arquitectura, etc. Todos me parecen salvables y olvidables al aceptar, como he dicho antes, que estamos más o menos ante una fantasía en celuloide. (Por cierto, existe la divertida anécdota de que, en un momento dado de la película, se ve a lo lejos un vehículo). Reconocido también su actor principal, me gusta mucho la mayoría del reparto: bellísima a más no poder Sophia Loren como Doña Jimena, con esos enormes ojos y su hermosísima melena negra, maravillosa en su rol de abnegada y amante esposa del héroe, y adecuados y correctos la mayoría de los actores secundarios: el clásico intérprete italiano Raf Vallone (Ordóñez), el habitual Herbert Lom (Ben Yussuf), Genevieve Page (Doña Urraca), John Fraser (Rey Alfonso), el enigmático Hurd Hatfield, y especialmente Douglas Wilmer –actor inglés por el que siento gran simpatía– como el aliado moro de El Cid Moutamin, uno de los personajes del film que más me gustan. Evocadores interiores representando los castillos de los protagonistas, y bonitos exteriores entre los que destaca la playa de Peñíscola, Castellón, una ciudad cercana a la mía que he visitado en varias ocasiones –la última, este mismo año– y que hoy en día está irreconocible con respecto a la época en que se rodó El Cid (el rodaje en los años 60 fue muy popular y acudió gente de muchos pueblos de alrededor para participar como extra). Por cierto, Charlton Heston volvió a la ciudad, invitado por el alcalde, en 1991.

Este año T&B Editores ha publicado el libro EL CID Edición Especial 50TH de Víctor Matellano y Miguel Losada, y se han celebraron varios actos conmemorativos en los meses recientes a propósito del estreno del film, como el celebrado Colmenar Viejo, Madrid, en una de las localizaciones originales de la cinta que aún sobrevive (la ermita en la que se refugia la pareja protagonista) y aún tendrán lugar nuevos eventos el próximo día 27, fecha del estreno original del largometraje en nuestro país. Hubiera sido todo un honor ver por aquí a Sophia Loren y a otros actores originales de este clásico (los nonagenarios Lom y Wilmer aún siguen vivos) festejando tan histórico cumpleaños.

* Enlaces de interés:
-Libro de T& Editores.
-Acto del próximo día 27.
-Artículo de El País sobre el rodaje en Colmenar Viejo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

El laberinto de Jenny

Parece que fue ayer cuando una jovencísima Jennifer Connelly nos robaba el corazón con sus hermosos ojos verdes y su largo cabello negro en Dentro del laberinto de Jim Henson, y sin embargo ha pasado ya un cuarto de siglo de su estreno. Como ya comentaba en una entrada anterior a propósito de la actriz (esta) fue una película que vi con cierto retraso, directamente vía vídeo. Aunque la conocía desde su aparición y ya me había llamado la atención su bella protagonista, por una razón u otra desestimé verla en cine o quizás perdí la ocasión, hecho que ahora lamento. El revisitarla en la actualidad supone ahora un doble viaje, tanto al maravilloso mundo de fantasía creado por Jim Henson y Frank Oz, como a la más féliz época de mi adolescencia, lo que otorga al film, a día de hoy, un valor nostálgico añadido.

En fin, simplemente quería encontrar alguna excusa para desearle a Jennifer un feliz cumpleaños: hoy alcanza los 41, espléndidamente llevados física y artísticamente... 


domingo, 11 de diciembre de 2011

Richard Matheson

Esta semana adquirí Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos insólitos y terroríficos, un volumen de cuentos de Richard Matheson publicado por Valdemar, editorial cuyas referencias sigo desde hace muchos años y de la que poseo no pocos libros. No pasaré a reseñar el tomo, ni a revisitar la biografía del autor de los relatos (del que tampoco soy un experto), pero sí que aprovecharé la excusa de esta compra para al menos sacar a colación a este último a las virtuales páginas de este blog. Y es que para un amante del género fantástico tanto en su forma cinematográfica como en la literaria, Matheson es un nombre muy, muy especial, pues a él le debemos algunas de las obras clave de la ciencia ficción y el terror impresos de las últimas décadas, muchas de sus respectivas adaptaciones al celuloide, y los guiones de otros tantos largometrajes: baste mencionar El increíble hombre menguante, publicada en 1956 y llevada al cine un año más tarde por el director Jack Arnold (también existe el curioso remake La increíble mujer menguante, de 1981), La casa infernal, de 1971 (La leyenda de la mansión del infierno en la pantalla grande, en 1973) y, por supuesto, su gran clásico Soy Leyenda (1954), plasmada en celuloide en numerosas ocasiones, siendo las principales El último hombre sobre la Tierra en 1964, la más reciente Soy leyenda en 2007, y la que es sin duda la versión más reputada entre los cinéfilos, El último hombre vivo, de 1971.

Pero, si este trío triunfante no fuera suficiente, la relación de Matheson con la televisión tampoco ha tenido desperdicio, y comprende desde joyas como sus notables episodios de la serie norteamericana de los 60 The Twilight Zone (aquí la conocimos como La dimensión desconocida) hasta los de muchas otras series de las últimas seis décadas como La conquista del espacio, Voyage to the Unknown, Night Gallery, Crónicas marcianas o Cuentos asombrosos, etc, etc, y para las que, o bien adaptó sus propios escritos, o bien creó expresamente nuevas historias. También “apadrinó” literariamente a Steven Spielberg en su primer telefilm, El diablo sobre ruedas, de 1971, que adaptaba su historia corta “Duel”.

Mención especial merece, cómo no, su participación en el Ciclo Poe de Roger Corman/Vincent Price, en muchas de cuyas películas podemos ver el nombre de Matheson acreditado como guionista, a saber: La caída de la Casa Usher, El péndulo de la muerte, Historias de terror, El cuervo y La comedia de los terrores. No es poco…

Matheson es sin duda uno de los autores clave del género de la segunda mitad del siglo XX. Se le puede entender en cierta manera como un puente entre los últimos escritores pulp y post-románticos (Lovecraft y compañía) y los actuales nombres más conocidos del terror y la ciencia ficción –a la cabeza el inevitable Stephen King, quien lo reconoce como su maestro– a los cuales precedió en sus tareas a veces difíciles de definir de entre novelistas y guionistas.

Los recuerdos más antiguos que tengo de sus trabajos son El increíble hombre menguante, emitida por TVE en 1982 dentro del espacio Mis terrores favoritos de Narciso Ibáñez Serrador y, no mucho después, En los límites de la realidad (1983), remake en pantalla grande de algunos de los episodios de The Twilight Zone. Posiblemente el fragmento que más impresionó a mi entonces joven sensibilidad fue el del señor neurótico que se sube en un avión y cree ver un gremlin destrozando el ala de la aeronave. Se trataba del mismo relato corto de Richard Matheson que ha dado título al libro que ha originado este artículo y me ha encantado poder leer por fin el relato original…

Próximo a cumplir los 86 años el próximo 20 de febrero, Matheson sigue deleitándonos con sus historias, siendo sus más recientes novelas Woman (2006) y Other Kingdoms, de este mismo año. También la película Acero puro, que se acaba de estrenar, se inspira en uno de sus cuentos…

viernes, 9 de diciembre de 2011

Otra vez Kirk (¡Por supuesto!)

Tercera ocasión en la que dedico una entrada a este actor norteamericano de origen ruso en los dos años que llevo confeccionando el blog (las otras dos son esta y esta), y aún me parecen pocas para valorar debidamente el estatus de grandísima leyenda e inmenso Mito del Cine del que, me repito una vez más, considero el actor más grande vivo; un pedazo de Historia del 7º Arte del que todavía podemos congratularnos de disfrutar.

Me ha parecido una forma interesante de conmemorar su cumpleaños el confeccionar lo que considero una filmografía más o menos esencial de Mr. Douglas para aquellos no iniciados en su obra y carrera –o los que quieran revisarla–, aunque ya advierto que puede no ser del todo precisa porque no he visto todas sus películas, algunas las vi hace muchos años y porque, qué demonios, ¡es muy difícil elegir dentro de una carrera tan loable! En cualquier caso, aunque pueda faltar o sobrar algún título en esta selección personal, os aseguro muchas horas de buen cine si la seguís…

El extraño amor de Martha Ivers (1946)
Kirk llegaba a Hollywood por la puerta grande con este clásico del cine negro dirigido por Lewis Milestone, aunque su papel (secundario) de hombre débil y pusilánime para nada presagiaba el rol de tipo duro en el que tanto se prodigaría en años venideros.

Retorno al pasado (1947)
De la mano de otro director clásico, Jacques Tourneur, y con otro mito del momento como era Robert Mitchum, Douglas repetía en el mismo género que el film anterior, de nuevo en un papel de reparto y también atípico en él: el de un mafioso.

El ídolo de barro (1949)
En este su octavo largometraje, nuestro hombre ya es el tipo duro que todos conocemos: lo demuestra recibiendo y dando un buen montón de golpes en la piel de un boxeador de efímera carrera, papel que le valió la primera de sus tres nominaciones al Óscar.

El gran carnaval (1951)
A las órdenes esta vez del genial Billy Wilder, Kirk no se embarcó en una de las habituales comedias del director austríaco, sino en un melodrama en el que encarnaba a un periodista en momentos bajos y con pocos escrúpulos que se aprovechaba del desgraciado accidente de un minero para conseguir la noticia de su vida.

Cautivos del mal (1952)
De clásico en clásico: con dirección de Vincente Minnelli y acompañado por la sensual Lana Turner, el actor demostraba sobradamente que era un todoterreno que salía igual de bien parado de cualquier género: en este duro melodrama le tocaba interpretar a un vil productor de Hollywood que no tenía miramientos con nadie con tal de triunfar. Segunda de sus nominaciones a la famosa estatuilla dorada de Hollywood.

20.000 leguas de viaje submarino (1954)
Otra prueba más de la versatilidad de Douglas: en esta ocasión un divertidísimo film de aventuras, obvia adaptación al celuloide de la novela homónima de Jules Verne considerada casi unánimente la mejor de entra las muchas que se han hecho. Es, cuanto menos, la más clásica de todas, con el estupendo James Mason como el Capitán Nemo y nuestro homenajeado como el rudo arponero Ned Land.

El loco del pelo rojo (1956)
Uno de los papeles más clásicos de Kirk, quien volvía a ser dirigido por Vincente Minnelli: el del torturado pintor Vincent Van Gogh. El trabajo le valió al actor su tercera y última nominación al Óscar, premio que sólo conseguiría a título honorífico en 1996.

Duelo de titanes (1957)
Muchos y destacables son los westerns en los que intervendría Kirk Douglas, pero este es quizás el más emblemático de ellos. No era ni la primera ni la última vez que el cine recogía la historia de Wyatt Earp y Doc Holliday, pero sí que es muy probable que esta película de John Sturges sea la más conocida sobre el famoso duelo en el OK Corral. A Kirk le acompañaba, ciertamente, otro titán con el que compartiría muchos títulos: Burt Lancaster.

Senderos de gloria (1957)
¿Había comentado lo multi-terreno que era nuestro actor? Aquí lo tenemos en un melodrama bélico ambientado en la I Guerra Mundial a las órdenes de un joven Santley Kubrick. Todo un ejemplo de cómo debe de ser el cine sobre este género, y la candidata más clara a ser mi película favorita de Kirk

El último tren de Gun Hill (1959)
Seguramente menos reputado que Duelo de titanes, pero también uno de mis westerns preferidos del actor. Retoma el rol del vaquero íntegro y ético que intenta vengar la muerte de su familia y debe para ello enfrentarse al poderoso cacique de turno, en esta ocasión, nada menos que Anthony Quinn.

Espartaco (1960)
Posiblemente el film más conocido de Kirk Douglas, de nuevo bajo la batuta de Kubrick (aunque el primero fue la verdadera fuerza motora de esta cinta de tres horas de duración). Admito que no es de los que más me gustan de él, pero creo imprescindible incluirlo en la selección por lo anteriormente expuesto y porque, vaya, al fin y al cabo es un hito del peplum (¡y sin la hastiante moralina cristiana tan habitual en el género!). Gran reparto y grandes escenarios

Los héroes de Telemark (1965)
Uno de los primeros filmes del actor que recuerdo haber visto (¡en el cine!). En aquellos mediados sesenta, Douglas reincidiría en el género bélico encadenando títulos como este y otros como Primera victoria, La sombra de un gigante o ¿Arde París?. Puede que ninguno de ellos figure necesariamente entre los mejores de su filmografía, pero sí ayudan a comprender y valorar una parte de ésta y merecen por ello ser mencionados.

El día de los tramposos (1970)
Un divertido western “crepuscular” (¿mejor “decadente”?) que recuerda por su estética y personajes a las películas entonces de moda de Sergio Leone y en el que Kirk compartía cartel con otros veteranos como Henry Fonda o Burgess Meredith.

Cactus Jack (1979)
De acuerdo en que esta comedia de Hal Needham no trascenderá a la Historia del Cine ni destacará entre los muchos grandes filmes de Kirk Douglas, pero conservo un grato recuerdo de cuando la vi hace muchos años por lo divertida que me pareció. Impagable el trío protagonista, con Douglas como el incompetente ladrón que da título a la película, un joven Arnold Schwarzenegger como apuesto y tonto cowboy, y una Ann-Margret ya algo madura pero todavía irresistible al que el anterior debe proteger. No puede uno evitar acordarse de los dibujos animados del Correcaminos o de los vaqueros de De-Patie Freleng al visionar esta cinta.

El final de la cuenta atrás (1980)
En la segunda mitad de los 70, y al igual que habían hecho otros compañeros suyos de la edad dorada de Hollywood como Charlton Heston o Gregory Peck, Douglas se atrevería incluso con el género fantástico con títulos como Holocausto 2000, La furia, Saturno 3 o este que reseñamos y que me parece el mejor de ellos. En él se nos proponía de nuevo la siempre fascinante idea del viaje en el tiempo, y el moderno portaaviones nuclear que comandaba el personaje interpretado por el actor tenía la posibilidad de cambiar la historia al reaparecer momentos antes del ataque japonés a Pearl Harbor.

Otra ciudad, otra ley (1986)
Entrañable e impagable homenaje a dos actores y una época del 7º Arte ya lejana incluso en el momento del estreno de esta película de Jeff Kanew. En ella, Douglas formaba pareja por última vez con su viejo compinche Burt Lancaster, interpretando ambos a dos veteranos gángsters que salían de prisión después de muchos años para enfrentarse a un mundo moderno en el que no encajaban.

La mayoría de películas de Kirk Douglas de los últimos veinte años (como Los codiciosos, Diamonds o Cosas de familia) las he visto directamente vía vídeo, y la verdad es que no tengo un recuerdo muy preciso de ellas, por lo que me abstengo de incluir ninguna en la selección hasta que pueda revisionarlas. Por supuesto, son la mejor opción para conocer los últimos trabajos del actor, quien no por su edad ha dejado de estar genial en sus apariciones en la pantalla.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Doble velatorio

Sin ánimo de que las entregas del blog en este presente mes de diciembre cobren un cariz demasiado necrófilo, no quiero dejar de mencionar en él los respectivos fallecimientos de Harry Morgan, actor al que recuerdo con mucho cariño de los tiempos en que veía la serie MASH que nos dejaba ayer a la longeva edad de 96 años, y de Barbara Orbison, segunda esposa y viuda de mi admirado Roy Orbison, a la que un cáncer de páncreas se la llevó el pasado martes 6 –curiosamente, el mismo día que falleció su marido veintitrés años atrás– a los 60 años. A su buena gestión le debemos en gran medida que la leyenda de Roy haya seguido viva, fresca y actual durante las dos últimas décadas a través de numerosas reediciones, recopilatorios, etc…
Harry Morgan (izq.), y Roy y Barbara Orbison (der.): triste semana para el cine y la música

Vuelve la pesadilla (El latrocinio legalizado, parte IV)

Hacía ya tiempo que no me desgañitaba virtualmente protestando sin esperanza contra las muchas y variadas formas que tienen nuestros queridos gobernantes de chuparnos la sangre y de sacarnos los pocos cuartos que nos dejan ganar, así que aquí viene un nuevo capítulo de mi “famosa” serie de artículos El latrocinio legalizado. Para quien desee ponerse en antecedentes, ruego revise las anteriores entregas (principalmente la II y la II) aquí. Resumidamente, en ambas me planteaba la ética y el sentido que tienen las abusivas tasas a las que nos somete la aduana española a aquellos que compramos en países de fuera de la CE, y lamentaba especialmente la incompetente gestión de las personas encargadas de este atraco a mano armada respaldado por la Ley y el Estado.

Pues bien, amigos: la empresa Speedtrans, de la que hablaba en la parte III, subcontratada por Correos para llevar todos estos trámites, fue despedida antes del verano, presumiblemente por su terrible ineptitud a la hora de realizar esas tareas. Durante unos pocos meses, la entrega de paquetes provenientes del extranjero volvió a ser como en los viejos tiempos: en 7 u 8 días desde su salida del país de origen, el cartero te lo traía a tu casa, le pagabas en mano los dichosos aranceles y demás impuestos –bastante más razonables que en los meses anteriores– y todos felices. Parecía que por fin se había hecho algo de justicia en este país y uno hasta podía hacerse la ilusión de que un descarado abuso había sido castigado y que, como en todas esas películas que tanto nos gustan, los “buenos” –los ciudadanos– habían ganado… Pero no era así: ese pequeño período de bonanza, de tregua aduanera, no fue probablemente más que el necesario para que Correos reorganizara su gestión de la paquetería internacionales. En noviembre, comenzó otra vez la pesadilla: los mismos interminables, desmoralizadores y angustiosos trámites que sufríamos con Speedtrans, sólo que ahora directamente de la mano de la Oficina Postal nacional. En la ilustración adjunta podéis ver el largo periplo que está sufriendo el último paquete que he pedido a EE.UU.: el día 11 salía de aquel país y el 18 llegaba aquí (lo normal); en ese momento supuestamente se me mandaba la famosa carta en la que se me reclamaba la factura para tasar el contenido del paquete, y la cual, según se nos informa en la web de Correos, tarda 2 o 3 días en llegar al cliente/víctima… Pero este no fue el caso: una semana después no me había llegado nada, y hube de reclamar la carta por e-mail. El envío en este caso, eso sí, fue inmediato, y la carta física no me llegaría hasta cuatro días después, un total de once desde la llegada del dichoso paquete…

Tasas y gastos a go-go: ¡invéntese su impuesto!

A partir de ahí, de nuevo la odisea de los meses anteriores: enviar la factura (por suerte a través de internet), esperar la tasación del material, pagarla por banco, y a esperar a que el paquete llegue a casa. En esta última parte estoy ahora, a día 8 de diciembre, casi tres semanas después de que la caja llegara a España, cuatro desde que saliera de EE.UU. Además de todo este padecimiento, sorprende ver la excesiva nueva factura, en la que de nuevo se nos desgranan toda una serie de conceptos taxativos a cada cual más ridículo e injusto (me ha hecho especial gracia la nueva tasa añadida del SOIVRE, una entidad que desconocía y que se suma ahora para sacar también su parte del pastel). En total, ¡casi un 40% del coste del paquete! Sigo pensando que falta el impuesto para la señora de la limpieza de las aduanas, que también podían añadir…

En fin, se siente uno como un Simón del Desierto ignorado por todos, como un tonto al que le cuelgan el monigote del Día de los Inocentes, como alguien encadenado e indefenso ante todos estos bárbaros abusos… Me resulta increíble que nos hablen de crisis con el dinero que nos sacan de todo lo que les parece. Siempre he dicho en broma que llegará el día en que nos cobren hasta el oxígeno que respiramos, pero ahora empiezo a verlo como algo posible... Por lo menos, ya que en ningún otro sitio me van a hacer caso, me permito el pequeño desahogo de este artículo en mi humilde blog. Estoy seguro de que cualquier día me encuentro a la Gestapo en la puerta de mi casa buscándome, pero creo que debemos protestar –y todos– antes esta banda de asaltantes respaldados por los gobiernos que nos amargan la vida… Y luego hablan de crimen organizado…

lunes, 5 de diciembre de 2011

Hubert Sumlin


Hubert Sumlin con el Lobo
Buena parte de lo que decía sobre Scotty Moore en uno de los primeros artículos que publiqué en este blog (aquí) se podría decir sobre Hubert Sumlin: en los primeros años en que la guitarra eléctrica se empezaba a emplear en los diferentes géneros de la música popular (blues, jazz, country ,y posteriormente, rock) y este instrumento comenzaba a destacar en discos y conciertos, no existía la actual figura del guitar hero: un músico acompañaba simplemente a un cantante, ya fuera en directo, en estudio o en todo momento, pero su nombre no llegaba ni a figurar normalmente en las grabaciones en las que participaba. Por ello, la gran mayoría de los pioneros de la guitarra eléctrica, pese a su indiscutible e invaluable influencia en generaciones posteriores en sus respectivos estilos, no han pasado al imaginario musical colectivo y son sólo conocidos por los melómanos más inquietos. Algunos no han sido jamás reivindicados en vida; unos pocos afortunados lo han sido con mucho retraso, y este es el caso del músico al que recordamos en esta ocasión, que nos dejaba ayer 4 de diciembre a los 80 años recién cumplidos (nació un 16 de noviembre en Greenwood, Mississippi, EEUU): sus sencillos pero seminales punteos y riffs para mitos del blues como Muddy Waters y, especialmente, Howlin´ Wolf (con el que tocó durante más de veinte años) son ya legado de la Humanidad y han influenciado a centenares de grupos y solistas. Irónicamente, casi nadie conoce el nombre de este guitarrista, aunque por suerte su labor recibió atención especialmente en los últimos doce años y hasta asesoró la película de 2008 Cadillac Records, en la que el actor Albert Jones le interpretaba.

Hubert Sumlin acompaña a Howlin´ Wolf:

sábado, 12 de noviembre de 2011

3 del 2001 (3)

La sala de cine queda a oscuras. En los altavoces panoramizados se empieza a oír la voz casi susurrante de una mujer. Habla en élfico, aunque sobre ella se escucha superpuesta lo que imaginamos es la traducción de las palabras en ese idioma ficticio:

“El mundo ha cambiado... Lo siento en el agua… Lo siento en la tierra… Lo huelo en el aire…
Mucho se perdió entonces, pero nadie vive ahora para recordarlo…”

Así comienza la tercera y última película que he seleccionado para esta trilogía de 2001 que ha pasado de la cruenta batalla de Stalingrado en Enemigo a las puertas al entrañable París de Amelie y que concluye, para quien no lo haya adivinado todavía, con la primera parte de la trilogía de El Señor de los Anillos de Peter Jackson, que lleva por título el mismo que su original literario, La Comunidad del Anillo (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring), estrenada en España –y en casi todo el mundo– un 19 de diciembre de hace ya una década.

Primero, el libro
Como sabrá a estas alturas cualquier aficionado al cine y a la literatura de fantasía, la exitosa trilogía del señor Jackson toma como base de partida la novela de igual nombre publicada por el escritor británico John Ronald Reuel Tolkien (o J.R.R. Tolkien) entre 1954 y 1955 en tres volúmenes que en total superan las mil páginas de extensión. La segunda y tercera parte llevan por título, respectivamente, Las dos torres y El retorno del Rey, y su influencia entre el fandom del fantástico ha sido enorme casi desde el momento en que los libros aparecieron. Era bastante obvio que, antes o después, se acabaría llevando la popular novela al cine y, de hecho, ya hubo un intento parcialmente fallido de hacerlo en formato de dibujos animados en 1978 dirigido pop Ralph Bakshi.

Para no repetirme demasiado con datos de sobra conocidos por sus seguidores, comenzaré contando mi relación personal con la obra de Tolkien en general, y lo haré sorprendiendo quizá al lector al admitir que no soy demasiado aficionado al género de fantasía leído (en ese formato prefiero el del terror). Aunque muchos amigos míos sí que eran fans del profesor Tolkien años antes y me era de sobra conocido, yo no sentía especial interés por él en mi juventud, a pesar de ser un ávido consumidor de literatura. Un buen día, calculo que a principios de los 90, recibí como regalo de cumpleaños El Hobbit, otra novela del autor publicada en 1937 que acabaría dando origen años después a su más conocida obra, de la que se puede considerar una precuela. El Hobbit me pareció un simpático librito de orientación infantil, pero suficientemente entretenida para gente más adulta. Lo leí rápidamente y me gustó, y algún tiempo después decidí darle una oportunidad a su continuación, El Señor de los Anillos (una edición en un solo tomo de Círculo de Lectores que costaba 2500 pesetas). Inicialmente me defraudó y hasta se me hizo pesada con toda aquella larga introducción sobre el tabaco de los hobbits y demás. Dos intentos separados de abordarla fracasaron cuando llevaba no pocas docenas de páginas y acabé haciendo con esta novela algo que raras veces hago con un libro: la dejé aparcada durante varios años.

Primer intento de llevar el libro al cine,
Ralph Bakshi, 1978
Finalmente, cuando Peter Jackson había comenzado a rodar la también extensa adaptación fílmica de la película (iba a tener tres partes de cerca de casi otras tantas horas de duración cada una y que se estrenarían en sendos años sucesivos: 2001, 2002 y 2003) me dije que no podía ir a ver la película sin haber leído el libro, me puse manos a la obra y, para cuando La Comunidad del Anillo llegó a los cines, ya había comenzado el segundo volumen (y antes del estreno de Las dos torres, por supuesto, ya había acabado la obra completa).

En este momento voy a escribir algo que puede ser casi una blasfemia para muchos, pero tengo que decir que el libro El Señor de los Anillos no me entusiasmó: me pareció algo pomposo, innecesariamente largo y plagado de relleno: las poesías y canciones que los diversos personajes recitan y cantan cada dos por tres (que, naturalmente, pierden su sentido traducidas), pasajes y personajes incluso ridículos y un final inacabable que es casi un anticlímax, con historias complementarias que parecen estar metidas un poco con calzador. Eché de menos también una mayor descripción de los personajes principales, tanto física como psicológicamente. Aún con todo, la novela tiene muy buenos y entretenidos capítulos, sobre todo en el libro central (el viaje de los hobbits con Gollum, principalmente). Creo que Peter Jackson tuvo el grandísimo acierto de extirpar todas estas partes algo superfluas y forzadas en sus adaptaciones al celuloide, entre ellas la aparición de Tom Bombadil y el ya comentado final con la captura de Bolsón Cerrado por parte de unos malhechores. Me parece que el film transmite y describe mucho más que la novela, y eso que siempre he sostenido lo contrario: que ninguna película puede ser tan completa como un libro. En resumen: considero que la versión en celuloide de El Señor de los Anillos es al cine mucho mejor película de lo que la versión impresa lo es como novela a la literatura, y estoy seguro de que afirmando esto quizá me esté ganando la eterna animadversión de muchísimos seguidores de la obra cumbre de Tolkien.

Christopher Lee, reivindicado como mito viviente del fantástico
Viene la película
Entre mis primeros recuerdos del film está el temprano trailer que llegó a los cines ya un año antes del estreno. Todavía no estaba del todo familiarizado con los personajes, pero fui sabiendo de los actores elegidos para ellos y en general me agradó mucho el bien escogido reparto: a algunos intérpretes los conocía ya de más o menos años y había visto películas suyas (Viggo Mortesen, Liv Tyler, el excelente Sean Bean, que siempre me ha parecido un actor desaprovechado en papeles de malo, Ian Holm, Ian McKellen, Cate Blanchett, Hugo Weaving, John Rhys-Davies…), otros me eran total o casi totalmente desconocidos (Orlando Bloom y casi todos los hobbits: Billy Boyd, Dominic Monaghan, Elijah Wood o Sean Astin, al que sólo recordaba de Los Goonies). Me ilusionó especialmente el fichaje de Christopher Lee, quizás la última gran leyenda viva del cine fantástico, cuya figura había empezado por fin a ser reivindicada desde finales de los 90 por importantes directores como Tim Burton, George Lucas, y por supuesto, Peter Jackson.

Y hablando de Peter Jackson: me produjo cierta perplejidad el conocer que el director neozelandés había sido elegido para orquestar un proyecto de tal magnitud, pues era un cineasta apenas conocido excepto por los más acérrimos al fantástico cuya carrera hasta el momento no me había parecido especialmente destacable, quizá con la excepción de Criaturas celestiales.

Compañeros de penurias
Una cosa que tenía bien clara conforme se acercaba el estreno de la primera parte de la trilogía de El Señor de los Anillos, confirmada tras su estreno, casi consagrada con el final de la saga dos años después, era que nos encontrábamos ante un hito en la historia del cine fantástico, incluso en la historia del Cine, simplemente: sólo por el tremendo despliegue de medios, personal y talento que reunía la trilogía estaba claro que sus episodios iban a figurar en un capítulo importante del 7º Arte. Todavía me asombro cuando veo making-offs o leo libros sobre la producción en los que vemos construir de la nada pueblos enteros como Bolsón Cerrado o Rohan, y con los fascinantes y maravillosos paisajes de Nueva Zelanda en los que se rodaron los tres capítulos (porque, por suerte, en El Señor de los Anillos hubo muchas localizaciones exteriores, y Peter Jackson no abusó de la infografía, error que cometió su colega George Lucas por aquella época con la segunda trilogía de Star Wars). Otro tanto se puede decir de los apartados de vestuario, armas, artefactos, atrezzo en general y criaturas de los que se ocuparon los diferentes departamentos de la producción, destacando entre ellos la empresa de FX Weta Workshop (co-propiedad de Jackson).

Por suerte, además, creo que las tres películas de esta trilogía contaron también con un buen guión, idéntica dirección y destacables interpretaciones. No es de extrañar que la saga quedara bastante redonda y su calidad (y también su presupuesto, por qué negarlo) fuera reconocida cuando concluyó con nada menos que 11 Óscars en la edición de 2004 de los premios hollywoodienses (los capítulos anteriores ya habían acaparado varios más). A diez años vista, creo que mi convicción era cierta y que, con el tiempo, la trilogía de Peter Jackson se destacará en los anales del género fantástico cinematográfico, equiparada a otras grandes sagas como puedan ser Star Wars o Star Trek.

Las irresistibles orejas de Liv Tyler
Hablando de las películas de George Lucas: se dio la circunstancia de que, durante los años en que se estrenaban las tres películas de El Señor de los Anillos, el citado director norteamericano también traía a las pantallas su nueva saga de precuelas de Star Wars. Aquella época, entre 1999 y 2005, fue muy emocionante para mí como espectador y fan del cine fantástico porque casi todos los años había un interesante estreno que esperar de una u otra saga, e incluso en 2002 coincidieron Las dos torres y El ataque de los clones. Se estableció de alguna manera una cierta rivalidad sana entre los fans de ambas trilogías por aquella época, y personalmente he de decir, a pesar de ser seguidor de La guerra de las galaxias desde niño, que en general creo que el alumno Jackson dio una buena lección al maestro Lucas sobre cómo se debe dirigir una buena película de género fantástico. Por suerte, en esta vida no es necesario ser extremista en cuestión de gustos fílmicos, y ambas trilogías figuran en mi videoteca y son revisionadas con cierta frecuencia.

A destacar…
En esta ocasión no resumiré el argumento de la película revisada, La comunidad del anillo, porque creo que es de sobra conocido. Sí destacaré, en cambio, algunos de los aspectos, ideas y partes de la película que me hicieron fan de ella. Uno ya lo he mencionado, y son todas las localizaciones naturales que podemos ver retratadas a lo largo de la cinta, a menudo con tomas hechas desde helicópteros. Todos esos bosques, montañas y ríos que vemos en la película refuerzan su aire de cine de aventuras y ayudan a entender la grandiosidad y vastedad del mundo imaginario en el que se basan y transcurren.

Bravos guerreros
De la película me gusta también su –lógica– dimensión épica, los personajes de los héroes especialmente, con su nobleza, compañerismo y espíritu de sacrificio. Es bien cierto que estamos ante arquetipos del cine y de la literatura de siempre, pero bien tratados siempre pueden funcionar en nuevas historias –y lo hacen muchas veces–. El típico rol del gracioso (en este caso dos: Merry y Pippin, con cierta colaboración de Gimli), que a menudo desequilibra el dramatismo emocional de una historia, en esta ocasión no lo hace casi nunca, y a estos personajes se les retrata sosegados, con el elemento humorístico incluido en moderada medida.

A la altura de los demás apartados del film me parece también la partitura de Howard Shore, con muchos cortes de melancólico aire chaikovskiano como los que incluyen el principal leitmotiv de la trilogía, aquel que oímos cuando aparece el título de ésta, y varios temas vocales que normalmente me producen desasosiego o incomodidad, pero que en La Comunidad… no me saturan tanto como en otras cintas. No diré lo mismo de los típicos y esperables canciones new age que aparecen en las tres películas, por fortuna casi siempre al final, en los créditos.

"Que extraño destino tener que sufrir tanto miedo y dudas por
algo tan insignificante, tan irrisorio..."
Un último elemento que destacaré de la historia de la película –y de la trilogía en general– es el tono sombrío, siniestro, a veces apocalíptico que abunda en ella: esa terrible ominosidad   que toma forma en la figura de Sauron y todos sus seguidores, del Mal como personaje omnipresente a lo largo de toda la historia: incluso cuando no vemos a ninguna de las criaturas que lo encarnan, se está nombrando constantemente o se nos transmite con la simple presencia del Anillo Único. De nuevo un cliché, por supuesto, pero usado con sabiduría y corrección una vez más. ¿Quién lo hubiera esperado de alguien que había rodado Mal gusto o Braindead, para mí dos películas de dudosa calidad e interés?

Precisamente con respecto a ese componente siniestro y casi pavoroso, hay tres secuencias de la película que me encantan y en la que éste hace clara presencia: mi favorita es toda la de las Minas de Moria, desde que los personajes llegan a la puerta hasta que entran en ese inmenso mundo subterráneo lleno de terrores, su combate con los orcos, y la aparición del Balrog (sobrecogedor ese momento en que los orcos huyen y se ve el resplandor de las llamas de la criatura a lo lejos). Mi segunda secuencia preferida es el combate contra los terroríficos Nazgûl en la Cima de los Vientos, y la última tiene lugar al final de la cinta, cuando el grupo protagonista viaja por el río, pasa los impresionantes Argonath y se enfrenta a los bestiales Uruk-Hai. Me repito a menudo con lo mismo, pero creo que películas como esta pierden mucha de su calidad, viveza y emoción si no se ven en pantalla grande. Tengo todos los DVDs y, desde luego, no es lo mismo adentrarse en Moria en una televisión que en un cine, en donde te sumerges completamente en el lugar y la historia.

Enemigos terribles
Las dos continuaciones de La Comunidad del Anillo me gustaron también mucho, pero considero la primera parte de la trilogía la mejor de todas aunque sea por una pequeña diferencia. La única pega que le pondría a la saga y que le criticaría a Peter Jackson es un uso del elemento melodramático algo desmedido a lo largo de la trilogía y que acaba siendo hasta exagerado en su tercer capítulo, especialmente en lo tocante a la relación entre Frodo y Sam. No obstante, y de nuevo al igual que La guerra de las galaxias, me gusta considerar la trilogía de El Señor de los Anillos prácticamente como un solo largometraje fraccionado en tres partes, y tiendo a valorarlas en su conjunto, con todas ellas unidas. También he llegado a ver las ediciones extendidas de las tres películas y me parecen muy acertadas de nuevo; al fin y al cabo se rodaron junto al resto de metraje estrenado en cines y por ello no patinan ni chirrían una vez integradas en el montaje oficial, no como otro señor al que he nombrado varias veces en este artículo que tiene la costumbre de estropear sus trabajos de antaño con nuevos y forzados añadidos.

Ni que decir tiene que estoy deseando que se estrenen las dos partes de El hobbit –que releí el año pasado– para poder revivir y disfrutar aquellos años en que se estrenaron sus secuelas. ¡Y con Evangeline Lilly de elfa!

sábado, 29 de octubre de 2011

50 aniversario de Desayuno con diamantes

Aquellos que me conocen, y puede que algún amable seguidor del blog que ya se haya percatado de mi devoción por Audrey Hepburn, pueden haberse extrañado de que no haya sacado a colación la película Desayuno con diamantes (Breakfast at Tiffany´s) en una fecha tan señalada como ha sido el 50 aniversario de su estreno precisamente a principios de este mes (el 5 de octubre). Por supuesto, no se me ha pasado por alto y tenía intención de comentarlo, pero tengo que confesar una cosa con respecto al clásico de Blake Edwards: he acabado cogiéndole algo de “manía” a esta película (dentro de la “manía” que le puedo coger a cualquier cosa en la que participe la niña de mis ojos del Cine), y la culpa la tienen esa saturación de imágenes y merchandising que de la cinta y de su adorable protagonista desbordan el mercado, la internet y los medios de comunicación hasta tal punto que parece que Audrey Hepburn no haya hecho otra película. La adaptación al cine de la novelita de Truman Capote ha acabado convirtiéndose en el trabajo más conocido de la mítica actriz, e incluso los más profanos en el 7º Arte, suelen mencionarlo como único papel de Audrey Hepburn del que tienen constancia. ¡No es de extrañar, con el bombardeo mediático y comercial que hay de él!

Y veréis, amigos, es que yo personalmente, aunque admito que Desayuno con diamantes es una película maravillosa y un grandísimo clásico del Cine que he visto muchas veces (también he leído el original literario), prefiero otros largometrajes y papeles de la actriz por encima de este: en concreto estoy enamoradísimo de Vacaciones en Roma, a la que para mí le seguiría posiblemente en calidad Charada. Pero, no, la publicidad se ha encaprichado del film de Edwards y con él y con la imagen de su personaje principal, la alocada Holly Golightly, es con quien nos acosan a todas horas. Casi me veo obligado a coincidir con Capote –al que no negaré que le tengo cierta ojeriza, esta vez de verdad– que este papel, al fin y al cabo el de una prostituta de lujo, no era el más adecuado para Audrey, a pesar de que salió muy bien parada de él y de que sorprendió al mundo con el cambio de imagen de su más habitual chica ingenua e inocente al de la frívola y materialista señorita Golightly, por la que fue nominada incluso al Óscar al año siguiente del estreno del largometraje.

Medio siglo después de aquella premiere, Audrey es ya un mito del cine y un icono cultural, y con ella Desayuno con diamantes, como he dicho, su trabajo más recordado y revisitado, mal que a mí me pese (porque preferiría que se recordaran antes otros filmes de ella, no porque no quiera que se la recuerde, claro está). Por desgracia, casi nadie del reparto ha podido llegar a festejar estas cinco décadas de triunfo: ella nos dejó prematuramente un 20 de enero de 1993 cuando contaba 63 años; George Peppard, tras pasar de ser uno de los principales galanes del Hollywood de los sesenta a vivir un triste declive artístico, se nos iba poco después, el 8 de mayo de 1994, con 65 años. Algo más nos duraron Martin Balsam, que fallecía en 1996 a los 76 años, o Patricia Neal, a la que perdimos el pasado año con 84 años. El español José de Vilallonga se despedía de nosotros en 2007 con 87 años, Buddy Ebsen en el 2003 a los 95 e, irónicamente, Mickey Rooney, uno de los miembros más mayores del reparto (e intérprete de uno de los personajes más criticados de la película que recordamos) es el único que ha sobrevivido a todos los demás y continúa con nosotros con 91 años recién cumplidos. Lamentablemente, el director Blake Edwards también se nos fue hace menos de un año, el pasado 15 de diciembre a los 88. Parece que no se podrá hacer un homenaje como es debido a Desayuno con diamantes y a sus protagonistas y creadores, ni siquiera esperar una edición en DVD/Blu-Ray con unos buenos extras en los que los participantes del film comentaran curiosidades y anécdotas… 

Audrey: para siempre Holly Golightly

sábado, 22 de octubre de 2011

94 cumpleaños de Joan Fontaine

A menudo, viendo películas “antiguas”, tengo la extraña sensación de estar presenciando otra dimensión; de estar accediendo, a través de la pantalla, a un mundo fantástico, irreal, onírico, casi mágico… Resulta difícil a veces creer que todas esas personas que uno está contemplando reproducidas después de tantísimos años existieron alguna vez. Qué chocante se hace con frecuencia cerciorarte de que estás viendo un largometraje rodado hace cinco, seis, siete o más décadas. El cine se antoja en esas ocasiones, no sólo una máquina de los sueños, sino también una máquina del tiempo.

Sin lugar a dudas todas estas sensaciones e impresiones contribuyen a reforzar esa imagen moderadamente divinizada que tengo de los actores y actrices clásicos, esos queridos artistas que han formado parte de mi vida desde niño y a los que considero como una especie de amigos en la distancia, de íntimos desconocidos. Ya he admitido en anteriores entradas que no tengo la suerte de profesar ninguna religión, así que todos estos astros del cine son un poco, siempre salvando las distancias, y teniendo en cuenta que soy más bien materialista en lo que a fes y creencias se refiere, como mis “dioses”. Todos ellos, junto con otros artistas y personajes de diversa índole a los que admiro o respeto por una razón u otra, conforman mi panteón particular.

La fascinante mirada de Joan Fontaine.
Imaginaos pues, después de este pequeño desvarío introductorio –por lo demás, habitual en mí– la agradable perplejidad que me produce descubrir que alguno de estos seres que yo considero casi etéreos y celestiales habita en el mismo planeta que yo. Es casi como acercarse al Paraíso, o que éste se nos acerque a nosotros. Poder rozar a un mito, a una leyenda, pisar el mismo mundo que alguien que no parecer ser de él….. Es, como he dicho al principio, una sensación extraña y difícil de definir. Amigos: todas estas reflexiones bastante apasionadas y quizá algo delirantes las provoca el enorme placer y privilegio que me produce el festejar y conmemorar, dentro de mis humildes posibilidades, el 94 cumpleaños de una las pocas actrices clásicas que nos quedan: la impagable Joan Fontaine. Aunque quizá nunca la he colocado, en mi bestiario cinematográfico personal, a la altura de mis grandes divas, Audrey Hepburn e Ingrid Bergman, Joan siempre ha tenido un lugar muy especial en mi corazón. Tampoco he seguido obsesivamente su carrera y no son pocas las películas de su filmografía que me quedan por ver. Y, sin embargo, como ya digo, siempre he sentido un cariño especial por esta actriz rubia y menuda nacida en Tokio, Japón (aunque de nacionalidad inglesa) tal día como hoy de 1917, y a la que estimo especialmente por cuatro películas: sus dos trabajos con Hitchcock (Rebeca, de 1940, y Sospecha, rodada un año más tarde), Alma rebelde, versión de Jane Eyre de 1943 en la que interpreta a la protagonista de la novela de Charlotte Brontë, y Carta a una desconocida, esta de 1948, aunque también recuerdo haber visto de ella Ivanhoe (1952), Dos pasiones y un amor (1956) o Viaje al fondo del mar (1961).

Joan en 2008.
La carrera de Joan comprende muchos más títulos, por supuesto, y abarcó desde 1935 (su debut en Más mujeres con apenas 17 años) hasta el telefilm Good King Wenceslas de 1994. Curiosamente, su último trabajo para la pantalla grande fue en una producción menor de la Hammer: Las brujas, en 1966. Joan ya se había prácticamente instalado en el medio televisivo para entonces, y en él siguió, si exceptuamos un lapso de nueve años retirada de la profesión entre el 66 y el 75, hasta su jubilación.

Hoy en día, una de las últimas divas del Hollywood dorado vive semi-retirada en Carmel, California, la ciudad de la que fue alcalde Clint Eastwood. Vive sola, con varios perros, y según sus palabras bastante satisfecha y a gusto, sin mucho interés por el mundo de la farándula ni, aparentemente, por la mayoría de los que la rodean (ni siquiera sus dos hijas, una adoptada y otra natural).

Entrevista con Joan Fontaine para la revista Vanity Fair en marzo de 2008 (en inglés)

Las hermanas de Havilland, Olivia y Joan, en los tiempos
en que aún se dirigían la palabra.
…Y Olivia de Havilland
Es imposible hablar de Joan Fontaine sin hacerlo también de Olivia de Havilland por varias razones y coincidencias: se trata de otra mítica y longeva diva del cine añejo (cumplió los 95 el pasado 1 de julio) que resulta ser hermana mayor de la anterior (Joan adoptó el apellido de su madre). ¿Qué comería esta familia para durar tanto? Además, tan legendaria como ellas mismas es la enemistad existente entre las dos mujeres: diversos malentendidos, desplantes y diferencias enfriaron terriblemente la relación de Joan y Olivia ya desde los tiempos en que triunfaban en la gran pantalla. A raíz de la muerte de la madre de ambas en 1975, el distanciamiento fue ya total y definitivo: Joan asegura que Olivia no le dio la noticia del funeral; Olivia que Joan no quiso ir. En cualquier caso, es una lástima que dos grandes damas como ellas lleven sin hablarse cerca de cuarenta años. La vida y la salud han sido suficientemente generosas con ellas para que tuvieran tiempo de hacer las paces. ¿Quién diría que la vulnerable y frágil protagonista de Rebeca o la gentil damisela de Robin de los bosques han acabado convirtiéndose en dos ancianas amargadas y rencorosas?

sábado, 8 de octubre de 2011

Una de maquetas (II)

(Concluyo aquí el artículo comenzado en mayo Una de maquetas, en la que cuento mi relación con el bellísimo hobby del modelismo).

Transición
De los tanques a los monstruitos: tres miniaturas en metal de los
Mitos de Cthulhu de la marca RAFM
La década de los 90 se caracteriza, en lo concerniente a mi afición al modelismo, por una clara transición de la vertiente histórica del hobby a la fantástica, así como de los vehículos a las figuras. Hay varias razones para lo primero, pero la principal es tan sencilla como que siempre me han fascinado los subgéneros de la fantasía, la ciencia ficción y, algo más crecidito, el del terror: ya desde niño había quedado maravillado por las películas de gente como Ray Harryhausen o George Lucas, por todos aquellos filmes en los que aparecían naves espaciales, guerreros con superpoderes y criaturas mitológicas, así como por los cómics de la Marvel y de la DC. Poco antes de mi adolescencia también me inicié en la lectura de muchos clásicos de la literatura de aventuras, misterio y ciencia ficción como H.G. Wells, Arthur Conan Doyle o Robert Louis Stevenson. Cuando tuve edad para ello y dejó de darme miedo, comencé a sumergirme en el cine de terror, y mi bestiario particular se amplió con nombres de actores y directores legendarios como Cushing, Price, Lee, Lugosi, Chaney, Karloff, Fisher, Corman o Bava (padre), amén de otros autores más modernos, así como en la literatura del mismo género, con gente como Edgar Alan Poe, Mary Shelley, Bram Stoker, H.P. Lovecraft o nuestro Gustavo Adolfo Bécquer. En resumen: el hecho de que, en mis primeros años como modelista, no me hubiera interesado en mayor grado por la vertiente más soñadora y visionaria del hobby no era porque no la conociera, sino porque, como adelanté en la primera parte, en realidad en España era prácticamente inexistente.

El Fantasma de la Ópera de Horizon, mi primer
contacto con los kits de garaje.
Otra razón que pudo tener alguna repercusión en este cambio de género modelístico pudo ser quizá que, conforme me fui haciendo mayor, empecé a cuestionarme la ética y la moralidad de todos aquellos vehículos, dioramas y figuras militares que pintaba. Desde hace muchos años, y a pesar de que sigo fascinado por ellos, no puedo evitar encontrar cierta frivolidad en coleccionar parafernalia pseudo-militar que se inspira en realidad en momentos verdaderamente trágicos de la Historia. Claro que, por otro lado, alguien podría aducir lo mismo en lo referente a coleccionar monstruos o ingenios de combate galácticos, aunque ahí uno siempre tiene la excusa de que “es fantasía”. Sea como fuere, paulatinamente fui dejando de adquirir las maquetas que había comprado durante muchos años para dar cabida en mi colección a otro tipo de material. No estoy con ello renunciando, ni mucho menos, a los no pocos ratos de diversión que pasé en mis inicios con todos aquellos panzers, spitifires y demás artefactos y, de hecho, sigo interesado por los conflictos bélicos que rememoran estas maquetas. Continúo viendo películas y documentales sobre ellos, leyendo libros, y juego a wargames. Hasta, de vez en cuando, me entra la morriña y me compro algún kit histórico, que normalmente almaceno sin montar junto con otros muchos (véase el final).

Durante los primeros años de la década mencionada, la última del siglo XX, mi contacto con la fantasía vino sobre todo, aparte de algunas maquetas de Star Wars de MPC/AMT, a través de la miniatura de metal, un mundo en el que sin embargo hoy en día he perdido prácticamente todo el interés. Todavía recuerdo –y conservo– un troglodita y un esqueleto ataviado a lo romano que compré en Maquetas Lara a finales de los 80 –creo que eran de Ral Partha o Grenadier–, y luego ya sobre todo muchos otros pequeños héroes y monstruos de metal y plástico que adquiriría en Ludómanos, Valhalla y otras pioneras tiendas de juegos de Valencia. Con mi participación en la formación, en 1992, de una asociación local dedicada tanto a los juegos de sociedad como al modelismo, me inicio también en los juegos de batallas de miniaturas, entre ellos el entonces no tan conocido Warhammer y su variante espacial, Warhammer 40.000, así como otros menos populares como Warzone o Necromunda algún tiempo después. Aunque ya hace muchos años que no juego a estos juegos –sobre todo porque me decepcionó mucho la posterior política de la empresa Games Workshop y sus rivales/imitadores– todavía conservo mis ejércitos de no muertos, tiránidos y ratskins, pintados casi en su totalidad. ¡Muchas horas dándole a los pinceles!

Mi primer Kitbuilders
Dos descubrimientos esenciales
Hacia 1994 descubro por primera vez el kit de garaje, un concepto de modelismo que ya llevaba más de una década triunfando en Japón y Estados Unidos, pero que aún era totalmente desconocido aquí: en la ya desaparecida tienda Model Kit de Valencia encuentro la colección Universal Movie Monsters Series de la marca norteamericana Horizon. Se trata de un tipo de producto totalmente nuevo para mí: figuras a escalas 1/8 y 1/6 (de 20 a 30 cm de alto) cuyo material es ¡vinilo!, y que reproducen a algunos de los más famosos personajes del cine de terror clásico. Tras debatirme entre el Drácula de Bela Lugosi y el Fantasma de la Ópera de Lon Chaney, acabo finalmente optando por este, que adquiero por unas 3000 o 4000 pesetas y pico (me falla la memoria con estas piezas de aquella época). Poco después, productos similares empiezan a invadir tímidamente las tiendas y revistas de España dedicadas al hobby: marcas hasta entonces desconocidas por mí como Screamin´ (que producía sus figuras a una espectacular escala 1/4), Geometric, Halcyon o la ya citada Horizon comienzan a producir réplicas reducidas de los personajes de cine fantástico clásico y moderno y del cómic con los que yo siempre había soñado: Frankenstein, La Momia, el Hombre Lobo, Terminator, Alien, Freddy Krueger, Flash Gordon, Spider-man, etc, etc. Aquel mundillo me atrapa casi en el acto, aunque los precios de las figuras escapan a mis posibilidades en la mayoría de los casos. El segundo kit de vinilo que adquiriría, comprado en la también valenciana Hobby Centro después de ver anunciada su oferta en la revista “Todo Modelismo” (coincidía que la distribuidora de estas piezas, Pemar Models, estaba también en la capital del Turia), sería el Drácula de Gary Oldman, aquel que vemos aparecer al principio del film de Coppola con la armadura roja, y el tercero también provendría de esta película, aunque en esta ocasión era el Drácula viejo con el largo vestido rojo, original de Screamin´.

Vista parcial de la Medusa de Geometric
Pocos años después (calculo que hacia 1997) doy un importante paso para adentrarme en el mundo de los kits de garaje al descubrir una revista que sería de nuevo una revelación para mí, al igual que “Modelismo & Historia” lo había sido más de diez años antes: en la antigua ubicación de la tienda de cine Rosebud (en el pasaje bajo el Cine Serrano, ya desaparecido) descubro y compro el nº8 de Kitbuilders & Glue Sniffers, publicación norteamericana en blanco y negro presentada casi con aspecto de fanzine cuyas páginas e imágenes me dejan alucinado al descubrirme que lo que yo conocía del mundo de los kits de garaje no era más que la punta del iceberg: en el país de la Estatua de la Libertad resulta que hay infinidad de marcas produciendo docenas y docenas de figuras en el estilo y temática de las que yo estaba empezando a conocer. Compañías como Dimensional Designs, Janus, Monsters in Motion, Alternative Images, Azimuth Designs, etc, etc, se integran rápidamente en mi “banco de datos cerebral”, a esas alturas ya saturado con infinidad de criaturas y monstruos de resina y vinilo. Comienzo a pedir catálogos a la mayoría de esas casas y, en algunas de mis primeras incursiones a internet, empiezo a embelesarme con imágenes de todos estos productos. El primero que pediré directamente a EE.UU., concretamente a la tienda The Doll & Hobby Shop, será la Medusa de Harryhausen, producida en vinilo por Geometric Design, y algún tiempo después, un alienígena en resina cortesía de Dimensional Designs, extraído de un episodio de la serie clásica de los 60 The Outer Limits. Compro también otras publicaciones extranjeras sobre el tema como Amazing Figure Modeler, The Modeler´s Resource y la primera que he comentado, que acabará llamándose simplemente Kitbuilders. Lógicamente, después de haber conocido todo este paraíso de figuras y maquetas, la pobre representación de ellas en nuestro país me produce una evidente frustración. Por aquel entonces, además de las marcas ya citadas en el anterior párrafo, empiezan a hacer presencia en las tiendas nacionales una serie de empresas piratas (cuyos nombres ni me molestaré en citar), casi siempre de procedencia oriental, que copian ilegalmente muchos kits norteamericanos y japoneses. Este es un hecho del que en principio no soy consciente, y no negaré que compré algunas de ellas pero, en cuanto me di cuenta de su significado y del daño que estaban haciendo a este humilde sector del hobby, me negué en redondo a adquirir ninguna más.

El Hombre Topo de la película The Mole
People (1956), también de Horizon
¿Kits… de qué?
Mi admiración por todo este mundo del kit de garaje, y mi empeño en que se diera a conocer más por estos lares me llevan a la decisión de crear mi propio fanzine en torno a todas estas figuras, pero, antes que nada, creo que debiera quizá explicar brevemente a posibles lectores profanos qué es un “kit de garaje”: resumido de la manera más sencilla posible, el modelismo de garaje es una tendencia alternativa al modelismo producido por las grandes firmas del sector. Las empresas de garaje son invariablemente humildes, compuestas por como mucho un par de socios. Muy a menudo el mismo escultor de una figura se la produce, la empaqueta, promociona y distribuye personalmente y sin más ayuda que la de amigos o familiares. Los kits de garaje son mayoritariamente en resina y se hacen en tiradas limitadas de unos cuantos cientos de ejemplares en el mejor de los casos, a veces sólo unas pocas decenas. Esto los convierte en productos muy efímeros, de escasa distribución y de rápida desaparición (muchos se agotan antes del año de haber salido). Sus precios, debido a todas estas limitaciones, suelen ser por desgracia bastante altos (una figura en resina al tamaño estándar de 1/6 sale actualmente a una media de unos 100 €). En el lado positivo, tenemos la mayoría de las veces obras de grandísima calidad y propuestas únicas que, normalmente, ignora el modelismo masivo de las grandes empresas: es casi seguro que cualquier personaje o vehículo de cine o cómic que busques haya aparecido en formato kit de garaje; porque esa es otra de las características intrínsecas de estas piezas: la mayoría de ellas se inspiran en películas, historietas y series de televisión, principalmente fantásticas. Y esta última es una cualidad esencial en un kit de garaje que la mayoría de escultores españoles que han intentado emular este fenómeno extranjero han pasado por alto…

Fantplastic
Varias portadas de Fantplastic
Como he adelantado, en el año 1998 tuve la idea de crear un fanzine en torno a todo este mundillo que estaba descubriendo y del que me había enamorado totalmente. Le puse el nombre de Fantplastic y, por supuesto, como todos estos empeños amateur, la publicación tenía tras de sí mucho esfuerzo e ilusión, pero escasos medios y recursos técnicos. Tras un paupérrimo nº 0 con apenas unas pocas páginas en B/N realizado con un viejo ordenador, me asocié con mi amigo Quique B. y juntos coeditamos la revista durante siete años. En total fueron trece números, primero hechos en una imprenta rápida con fotocopias, y después ya en imprenta normal con algo más de calidad y hasta portada a todo color. La idea principal de Fantplastic era promocionar el modelismo de fantasía en todas sus vertientes, pero sobre todo, como ya se ha dicho, en la del kit de garaje. Nuestra publicación era, no obstante, principalmente “histórica” antes que técnica: anteponía artículos que repasaban una determinada marca, personaje, película o momento a los más habituales reportajes sobre pintura, montaje y demás, y esto respondía tanto a los principios de la publicación como a nuestras propias limitaciones artísticas. A lo largo de su existencia, conseguimos unos pocos colaboradores y una cantidad moderada de lectores, pero no sería sincero decir que la revista fue un éxito: de los 500 ejemplares que teníamos de tirada en los últimos números, raramente se vendieron más de 300, a pesar de que teníamos distribución a nivel nacional, principalmente en tiendas de cómics (muchos comercios de modelismo no parecían interesados en Fantplastic, aunque unos pocos nos apoyaron muy amablemente). En el año 2005, obligados por otras responsabilidades, dejamos de editar el fanzine. Lo mejor que queda de aquella etapa fue haber hecho muy buenos amigos dentro del hobby, tanto de modelistas como de escultores y productores, entre estos Enrique Millán (Flascinder Miniaturas), Marco Navas (Fontegrís Miniaturas), Fausto Gutiérrez (Yedharo Models) o José Orrego (Joordu), y adentrarnos y conocer mucho el mundillo del modelismo de garaje y familiarizarnos totalmente con él.

Folleto de instrucciones del Fantasma de la Ópera, con las
demás figuras de la colección abajo a la izquierda
Para cuando apareció nuestro último número, sin embargo, el mundillo del modelismo de garaje había atravesado una especie de pequeña crisis o, quizá, simplemente, un cambio o adaptación. La piratería había ocasionado no pocos males al sector, habiendo obligado a cerrar a muchas de las empresas pioneras, entre ellas las populares y más difundidas Screamin´ y Horizon. Por fortuna, esta variante del hobby ha sobrevivido, principalmente en EE.UU., donde el modelismo de fantasía tiene mucha más tradición que en Europa y está fuertemente arraigado entre los aficionados desde que la pionera marca Aurora Models comenzara a fabricar monstruos allá por los años 60. En el Viejo Continente, tanto en su variante histórica como fantástica, nuestro arte miniaturista tiene más calado en otro tipo de figuras más pequeñas, principalmente 28, 54 y 90 mm.

Últimos años
Concluyo resumiendo lo que han sido mis últimos años dentro del modelismo: en realidad, se puede decir que he estado “fuera”… Aunque he seguido en contacto con múltiples facetas del hobby (revistas, concursos…), he pasado por una tienda online de venta de maquetas y hasta una física de tristemente corta existencia, ahora mismo llevo varios años sin acabar ninguna pieza. Muy probablemente mi inestable situación laboral y económica durante este tiempo ha sido la causa más clara de esta desmotivación por la parte activa del hobby, quizá sumada a un deseo de superación en mi desarrollo como modelista que ha acabado conduciéndome a cierta frustración al no obtener en mis trabajos el resultado que cabría esperar en alguien con tantos años de experiencia. Sigo igualmente comprando maquetas y figuras, que a veces comienzo o a montar y otras, simplemente, almaceno a la espera de tiempos mejores (posiblemente tenga ahora varias docenas de ellas en ese estado).

Sin embargo, no he dicho mi última palabra en el modelismo: es un hobby que he amado durante toda mi vida y al que espero volver con renovado interés cuando las cosas mejoren… Para entonces quizá esta crónica se amplíe a una tercera parte.

* Enlaces de interés:
http://www.transilvaniamodels.com
http://www.amazingmodeler.com
http://www.kitbuildersmagazine.com
http://www.gremlins.com
http://monstersinmotion.com
http://www.bucwheat.com/