"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

viernes, 18 de junio de 2010

Ray Harryhausen: Corpus (I)

(Pincha en el enlace para el Prólogo)

Raymond Frederick Harryhausen nació en Los Angeles, California, EE.UU., el 29 de junio de 1920. Sus padres, Fred y Martha, descendían de emigrantes alemanes. Desde bien pequeño, Ray muestra inclinación y aptitudes para el arte, destacando sobre todo en dibujo y escultura, aunque también se interesa por la música, la historia, la paleontología y, por supuesto, el cine. Serán precisamente dos películas las que marcarán la vida del muchacho y decidirán su futuro profesional: El mundo perdido (1925) y, sobre todo,  la mítica King Kong (1933), ambas con efectos especiales del pionero de la animación fotograma a fotograma Willis O´Brien (1886-1962). Reproducir a las criaturas que ha visto en la pantalla y dotarlas de vida se convertirá en la obsesión del joven Harryhausen quien, con la ayuda económica y artística de sus padres, comienza a rodar sus primeros fragmentos animados durante la adolescencia de manera amateur, destacando en ese período Evolution of the World, ambicioso proyecto sobre los albores del mundo que deja inconcluso al incluir el film de la Disney Fantasía (1940) ideas similares que desaniman a Ray.

Por aquella época, el futuro técnico de efectos especiales ya ha hecho varias amistades de por vida con personajes que serán vitales en su trayectoria, como el coleccionista cinematográfico Forrest J. Ackermann (1916-2008), el legendario escritor de ciencia ficción Ray Bradbury (1920) e incluso el mismísimo Willis O´Brien (1886-1962), quien le aconseja y le orienta para iniciarse en el complicado camino de animador de stop-motion. Ray aprovecha también para estudiar diversas disciplinas cinematográficas en la universidad.

En 1940 le llega a nuestro hombre su primera oportunidad profesional, trabajando nada menos que con otro nombre clave del fantástico: el húngaro George Pal (1908-1980), quien por entonces y durante los dos siguientes años desarrollará una serie de animación orientada al público infantil bautizada como Puppetoons que emplea figuras animadas con un complicado método: se van cambiado cabeza y miembros al cuerpo de éstas para cada movimiento. Este tipo de animación desalienta a Ray, que ve limitada su creatividad, y abandona la serie tras trece episodios (el mismo Willis O´Brien participa y abandona los Puppetoons por idénticos motivos). Durante los siguientes años y hasta el final de la II Guerra Mundial, Ray sirve en la División de Servicios Especiales del ejército norteamericano a las órdenes del mismísimo Frank Capra y haciendo lo que mejor sabe: cine, en la forma de diversos cortometrajes instructivos y propagandísticos como How to Bridge a Gorge o Guadalcanal.

De vuelta a la vida civil, Harryhausen se embarca en un nuevo proyecto personal: una serie de cortometrajes en 16 mm que se inspiran en rimas populares infantiles y que engloba bajo el título genérico de Mother Goose Stories. Aunque utiliza algunas técnicas heredades de los Puppetoons –cabezas alternativas con las diferentes expresiones de los personajes– las figuras de la serie ya usan un esqueleto interior de metal que permite posarlas de múltiples maneras. Un par de años después (1950) Ray continuará con nuevos cuentos. Ambas colecciones le sirven como credencial para mostrar su trabajo en diversos sectores, no sólo cinematográficos, sino también educativos. Es curioso constatar el hecho de que la estética simpática e inocentona de los primeros personajes de Harryhausen permanecerá prácticamente en todas sus creaciones posteriores. No importa cuan terribles pretendan ser según el argumento: será imposible no encariñarse con “monstruos” como el Cíclope, el Ymir o Calibos…

En 1949 Ray tiene por fin la suerte de trabajar en un largometraje profesional, y lo hace nada menos que como ayudante de su ídolo y mentor Willis O´Brien en El gran gorila, una película que reúne al mismo equipo que había realizado King Kong (Ernest B. Schoedsack en la dirección y Merian C. Cooper en la producción), y que repite una historia similar con un simio enorme que es criado por una niña en África y años después llevado a los Estados Unidos como atracción por un ávido productor de espectáculos. Aunque la cosa se complica, esta vez el final es feliz, pues el animal salva a unos pequeños de un incendio y acaba regresando a salvo a su hogar. Según parece, la mayor parte de la animación del film corrió a cargo del novato Harryhausen, aunque el Óscar que posteriormente ganó la película fue a nombre de Willis O´Brien.

Cuatro años después, Ray debuta por fin en solitario, y lo hace en el campo de la ciencia ficción de serie B tan típica de los años 50. Continúan cuatro trabajos modestos, pero que ayudan a Ray a afianzarse en el negocio del cine y a consolidar su técnica, y que ya le adelantan cuán difícil y meticulosa habrá de ser su tarea en su futura carrera: si bien la parte de acción real, con actores, de muchos de estos films se rueda en pocos días, el trabajo de posproducción para Ray implicará semanas y semanas de solitaria y paciente labor en su estudio dando vida a sus miniaturas. A lo largo de esas largas sesiones, el artista irá desarrollando su particular visión del stop-motion, jugando con varios planos o “capas” que combinan acción real previamente filmada y miniaturas , y que posteriormente será bautizado como Dynamation, Super Dynamation y Dynarama según evoluciona el sistema.

Esquema de un rodaje de stop-motion, con un proyector trasero, la miniatura, y una pintura mate. La perspectiva de la cámara que graba el conjunto hace que todo parezca integrado en un mismo plano.

El mencionado cuarteto de filmes serán: El monstruo de tiempos remotos (1953), primera de las muchas películas que usarían el cliché del animal prehistórico despertado por una explosión atómica o similar para luego emprenderla a manotazos con cualquier ciudad que le venga al paso, Surgió del fondo el mar (1955), en la que Harryhausen animó a un pulpo también gigante (con tan sólo seis tentáculos debido al presupuesto y al tiempo), La Tierra contra los platillos volantes (1956), una de las poquísimas ocasiones en que Ray dio vida a objetos (las naves del título) en lugar de a seres vivos, y A 20 millones de millas de la Tierra (1957), que permitió al técnico cumplir su sueño de viajar al extranjero (se rodó en Italia) y que nos presenta quizá a la primera criatura verdaderamente “harryhauseniana”: el entrañable Ymir (fotog. superior), un pequeño extraterrestre de aspecto reptiloide que es traído a la tierra por unos astronautas y comienza a crecer desmesuradamente hasta que finalmente, y en un claro guiño a King Kong, ha de ser abatido en el mismísimo Coliseo.

En 1956 también se reúne por tercera y última vez con su admirado Willis O´Brien para participar en la película de carácter documental The Animal World, dirigida por Irwin Allen. Las diversas partes de la obra son rodadas por otros tantos técnicos, y nuestro dúo se ocupa, cómo no, de las escenas correspondientes a la Prehistoria.


Este “preludio” al que para mí es el verdadero cuerpo de la obra de Ray le da la suficiente experiencia para acometer una obra de mayor envergadura: Simbad y la princesa, de 1958, constituye probablemente la primera película 100% “Harryhausen”, y nos presenta el esquema general que seguirán muchos de sus trabajos más conocidos: un grupo de intrépidos héroes que se aventura en territorios misteriosos e inhóspitos en busca de algún fabuloso tesoro debiéndose enfrentar a innumerables criaturas y peligros. En esta ocasión, se trata del héroe oriental Simbad, y su primera entrega dará ocasión a Ray de exhibir un sinfín de sus ya clásicas creaciones, entre las que destacan la lamia bailarina, el roc, el dragón, el esqueleto reanimado y, por supuesto, los cíclopes. Se trata también de la primera película en la que nuestro hombre se enfrenta en solitario al reto del color y la primera de las muchas que rodará en España (el barco del mítico marino es la carabela de Colón de Barcelona). A día de hoy, Simbad y la princesa está considerada un clásico del fantástico y una de las obras capitales de Harryhausen.

No seguiremos adelante sin mencionar la presencia imprescindible en casi todas estas películas de Charles H. Schneer (1920-2009), un productor norteamericano amante del fantástico que se asociaría con Ray a partir de Surgió del fondo del mar, y que trabajaría con el técnico en todas sus obras desde entonces, con la excepción de The Animal World y Hace un millón de años.

La buena acogida de Simbad y la princesa anima precisamente a la pareja a buscar nuevos mundos de fantasía que explorar para sus próximas producciones, y lo hace recurriendo a la literatura clásica y a la siempre rica mitología griega: Los viajes de Gulliver (1960) parte, claro está, de la novela de Jonathan Swift, y es quizá una de las películas de Harryhausen menos apreciada por los fans, sin lugar a dudas por el hecho de que apenas aparecen sus populares criaturas (sólo un cocodrilo y una ardilla gigantes), y la labor del técnico en el largometraje se “limitó” a crear las perspectivas y dimensiones adecuadas para dar la ilusión del menor o mayor tamaño del protagonista con respecto a los demás personajes que va encontrando.



Mucho más interesante es La isla misteriosa (1961), inspirada libremente en la obra de Jules Verne, y en la que un grupo de soldados la Guerra Civil Americana evadidos y unas náufragas se las han de ver con el esperadísimo desfile de “bichos” harryhausenianos: un cangrejo gigante (primer trabajo de Ray con un animal real, posteriormente animado para otras secuencias), un Phororhacos (pájaro prehistórico) o una abeja y un cefalópodo también de tamaño descomunal. Por supuesto, se encontrarán además con el Capitán Nemo, su Nautilus, y hasta con la Atlántida.

Dos años después Ray decide llevar la leyenda de Jasón y el Vellocino de Oro al cine. Precisamente la mitología griega es un campo perfecto para que nuestro amigo se prodigue en seres y tierras fantásticos, y en Jasón y los Argonautas aparecen muchos de los primeros, como las arpías, la hidra o Tritón, aunque sin lugar a dudas las dos secuencias magistrales del film son el enfrentamiento de los Argonautas con Talos, el gigante de bronce que guarda el tesoro de los dioses, y el combate entre Jasón y sus hombres contra los esqueletos redivivos por el malo de turno. Considerada esta última como una de las mejores secuencias de stop-motion de la Historia del Cine, supuso muchos meses de trabajo para Ray, quien hubo de vérselas con la animación simultánea de siete figuras. “Curiosamente” (léase con sorna), la Academia de Hollywood la rechazó como candidata al Oscar por los mejores efectos especiales, prefiriendo otorgárselo a una gran súper-producción, Cleopatra de Mankiewicz. Raro, ¿verdad?

Pese a su fracaso inicial en taquilla, Jasón y los Argonautas está considerada casi unánimemente la mejor película de Ray Harryhausen. Él mismo la considera su “película más completa”, y era también la preferida de Charles Schneer de entre todas las que crearon juntos. Por cierto, poco después de su estreno Ray contrajo matrimonio con la inglesa Diana Bruce (1927) y se instaló en Londres, donde sigue viviendo en la actualidad. En 1964 nacería su única hija, Vanessa.

(Continúa aquí)

4 comentarios:

  1. Con los medios de la época, ese combate de los esqueletos era glorioso

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  2. Había mucho arte en esa secuencia. A mí nunca deja de fascinarme por muchas veces que la vea...

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  3. Cuando eramos pequeños todas estas peliculas nos parecian de verdad. Ahora que sabemos como se han hecho, cuando las veo no puedo dejar de admirar el arte y la técnica, porque ya sabemos que no son de verdad, pero nos sigue gustando.

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  4. Sin embargo, hay gente que aún te comenta: "Es que se nota que son muñecos", ja, ja... Pues claro, pero esa es la gracia: verlos perfectamente animados e integrados con acción real...

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