Hace ya muchos años que una parte
del cine español se ha empeñado en copiar las fórmulas y formatos del cine
comercial americano, reiterando en los clichés, temáticas y estructuras de éste
(aunque, normalmente, con mayor gusto). Incluso muchas de estas películas “americanizadas”
se valen de un reparto internacional para parecer foráneas y tener mayor
proyección en el extranjero. Dos ejemplos perfectos de esto son El secreto de Marrowbone, de Sergio G. Sánchez, y la
coproducción entre varios países Musa, de
Jaume Balagueró, los dos primeros largometrajes que vi en cine en el pasado
noviembre. Mientras la primera, siempre según mi gusto, no se sale de la
mediocridad y de la reiteración de nociones y argumentos que hemos visto en
otros títulos recientes del género de terror/fantasmagórico, tiene algunos
momentos entretenidos e ideas interesantes, pero la segunda es totalmente
predecible y aburrida, calcada de otras decenas de películas similares, bien
hecha técnicamente, pero sin la menor imaginación (supongo que de eso se trata;
de ir a lo seguro) y con un atractivo reparto femenino por desgracia
desperdiciado en la anodina cinta.
Curiosamente –no sé si es que me
gusta llevar la contraria– paso un buen rato con Liga de la Justicia, de Zack Snyder, película de la que
esperaba poco ante su insulso reparto, mi escasa relación con el cómic que la
origina, y todas las noticias previas sobre sus desaciertos, ante las cuales,
por suerte, he permanecido más o menos al margen. El tono del film está mucho
más cercano a lo que yo busco en una película de superhéroes –es decir, drama–
que las comedias cada vez más insoportables con que nos viene obsequiando
Marvel en los últimos tiempos, y conste que yo siempre he sido más de esta
última editorial que de DC. En definitiva, encuentro esta última entrega
superheroica del año bastante salvable y superior a muchas de las cintas del
género que le han precedido en este 2017.
La sencilla propuesta de Oro, de Agustín Díaz Yanes –una expedición española en
busca de El Dorado en el siglo XVI–, adaptada de una novela de Pérez Reverte,
es la que más logra convencerme de todas las películas visas en noviembre,
quizá precisamente por eso, por no ser tan pretenciosa como algunas de las
anteriores, y ofrecernos una historia llena de tensiones entre una serie de personajes
violentos y ambiciosos sobreviviendo en unas condiciones extremas.
A pesar de su cuidada
ambientación y dirección artística, de un atractivo aunque poco aprovechado
reparto, y de una meritoria labor como actor del que también es su director, Pánico en el Transiberiano, de Kenneth Branagh se me
queda en un “quiero y no puedo”, y la película me resulta más bien sosa y con
poca miga, quizá también por conocer bien el argumento y la resolución del
misterio debido a adaptaciones previas de la famosa obra de Agatha Christie, entre
las que me quedo con la versión de Sidney Lumet de 1974.
El mes termina con otra película que
cuenta al menos parcialmente con producción español, La librería, de Isabel Coixet, una vez más adaptación de
un original literario, en este caso de la autora Penelope Fitzgerald. A pesar
de lo mucho que me atrae la ambientación en un pequeño pueblo costero inglés de
los años 50 y su pareja protagonista –ya me he declarado en otras ocasiones
admirador de Bill Nighy–, no puedo decir que esta última cinta vista en
noviembre logre fascinarme o cautivarme de manera especial; más bien me deja
con cierta indiferencia y redondea un mes relativamente mediocre en cuanto a
cine visto en pantalla grande.
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