"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

lunes, 31 de diciembre de 2012

25 aniversario de La princesa prometida

Aprovechando la excusa de su 25 aniversario este mismo 2012, pretendía dedicar un extenso artículo homenaje a una película que, en el momento de su estreno, disfruté muchísimo: La princesa prometida (The Princess Bride) de Rob Reiner. Mi falta de motivación para bloggear en estos últimos meses ha provocado que este escrito se posponga de manera indefinida y, a punto de terminar el año, quiero al menos dejar constancia de mi intención de recordar este largometraje basado en la novela homónima de William Goldman de 1973. Como con tantas otras historias que me encandilaron en las salas de proyección, de esta cinta llegué hasta a comprarme la novela cuando apareció en castellano algún tiempo después e incluso el LP con la banda sonora. La he vuelto a ver en repetidas ocasiones a lo largo de mi vida, la última ya en DVD, y he de admitir con cierto pesar que esa vez no la disfruté tanto como antaño. Casi todos mis “grandes éxitos” cinematográficos de los 80 han llegado hasta la actualidad significando para mí lo mismo que significaron en su momento, la magia se ha mantenido, pero no ha sido así con la obra de Reiner. Algunos de los elementos de ella que más me rechinan revisitándola hoy día son la interpretación del inexpresivo Cary Elwes y la algo desacertada música de Mark Knopfler a base de sintetizadores y guitarra eléctrica, instrumentos que encuentro fuera de lugar en una película ambientada en la Edad Media (¡a pesar de que tenía el disco!)… Lo mejor de la cinta, además de la propia historia, me sigue pareciendo Robin Wright, una mujer que, a lo largo de estas dos décadas y media, ha demostrado ser una actriz solvente, entregada y con un destacable gusto para elegir papeles de personajes complejos y con carácter sin dejarse esclavizar por los encasillamientos hollywoodienses.

Recientemente, todo el reparto original –menos el malogrado André Le Giant, que por desgracia falleció en 1993– se reunió para conmemorar el aniversario del film. Ver las fotos de todos los protagonistas fue muy emotivo, y aquí reproduzco una de ellas, aunque probablemente todos las hayáis visto ya en internet…


75 años de la Batalla de Teruel

He retomado la lectura de La Guerra Civil Española del escritor británico Antony Beevor después de dejarla aparcada durante algún tiempo (tengo la dichosa costumbre de alternar varios libros a la vez) y justo anoche llegaba a la parte que trata la terrible Batalla de Teruel, de la que se cumplen ahora exactamente 75 años. En la Navidad de 1937, los turolenses y los soldados de ambos bandos destinados al conflicto padecían su Stalingrado particular, luchando los últimos calle por calle y casa por casa por una ciudad cuyo valor era más simbólico que estratégico, y sufriendo todos el hambre y las terribles temperaturas de 20º bajo cero. El enfrentamiento de casi tres meses se saldó con más de 100.000 bajas sólo entre los militares.

Las guerras constituyen la excusa perfecta para que asesinos, ladrones y violadores campen a sus anchas y den rienda suelta a sus deplorables instintos sin temor a castigo alguno, incluso en muchos casos alentados a cometer todo tipo de crímenes. Y no estoy hablando sólo de delincuentes menores metidos a soldados rasos: también de altos cargos militares y de políticos poderosos cuya perversión, falta de moralidad y de escrúpulos nadie cuestiona en esos momentos trágicos y violentos, quizá so pena de sufrir mortales reprimendas…

A estas alturas, todavía sigo sin entender cómo alguien puede justificar el golpe de estado de los generales Sanjurjo, Mola y Franco que dejaría un país destrozado física, moral, cultural e ideológicamente durante décadas. Y con secuelas que aún duran…

jueves, 27 de diciembre de 2012

Los miserables

Dos señoras entraban ayer a la sala de cine en la que se proyectaba Los miserables de Tom Hooper afirmando con aquiescencia y total seguridad: “sí, sí: es una historia de amor”. Como se pasaron las más de dos horas y media que dura el largometraje hablando y riendo sin ningún pudor, miramiento o preocupación por estar molestando al resto de espectadores, supongo que salieron del recinto cinematográfico siendo tan ignorantes como lo eran cuando entraron en él. Porque la inmortal novela de Víctor Hugo no es “una historia de amor”. Hay una historia de amor al final, con una relevancia menos que  secundaria, hay una historia de amor maternal, una paternal, y otra bastante más difícil de intuir en las adaptaciones fílmicas si no se ha leído el libro. Pero Los miserables es una historia de odio, de castigo y redención, de infortunio y desgracia, de bondad y de mezquindad, de compasión y de vileza, de piedad y de deber, de ideales y revolución –esas revoluciones concebidas por nobles principios que suelen ser acalladas por la violencia de la tiranía o, lo que es peor, por la desidia e indiferencia del pueblo esclavo– es, en resumen, una historia con todos los matices, sentimientos e ideas que sólo un movimiento tan complejo como el Romanticismo podría aglutinar –a  pesar de que transcurre, y fue concebida, cuando aquel movimiento cultural y social ya empezaba a ser un recuerdo–.


Admito que dudé si ir a ver esta nueva adaptación del clásico de Hugo –adaptación, a su vez, de la versión musical puesta en escena por Alain Boublil y Claude-Michel Schönberg por primera vez en 1980–, en parte por ser precisamente eso: una película musical –no es un género que me atraiga precisamente–, y en parte porque me siento fascinado por la versión de la misma historia que ya realizara el sueco Bille August en 1998 y que ya reseñé hace unos meses (véase aquí) y dudaba que la de Hooper fuera a superarla. En esto último no me he equivocado: creo que no lo hace, a pesar de tratarse de una estupenda superproducción que a todas luces cuenta con más inversión que su antecesora y que tiene imágenes arrebatadoras, un buen plantel artístico y es incluso más fiel a su fuente literaria (los odiosos Thénardier aparecen durante toda la  cinta, conocemos el final del protagonista...) Simplemente, para mí ni Hugh Jackman tiene el carisma de Liam Neeson como Jean Valjean, ni Russell Crowe –al que considero, no obstante, un buen actor– puede estar a la altura del impresionante Javert de Geoffrey Rush. También me convence más Claire Danes como Cossette que Amanda Seyfried, así como la más desarrollada relación de este último personaje con el revolucionario Marius (Hans Matheson en la versión del 98, Eddie Redmayne en la de 2012). No obstante, esta nueva adaptación de Los miserables tiene momentos verdaderamente emocionantes y desgarradores. Me cautiva especialmente la interpretación de Anne Hathaway como la desdichada Fantine. Es curioso, porque es una actriz que nunca me ha llamado especialmente la atención, pero que aquí encuentro subyugante (imposible permanecer impasible ante su versión de I Dreamed a Dream). También me merece especial simpatía la Éponine que aquí encarna la cantante Samantha Barks porque me resulta fácil identificarme con esos personajes que, dentro de un triángulo amoroso, constituyen el vértice roto que acaba deslindándose de la figura geométrica sin que a nadie parezca importarle. El suyo sí que es un verdadero amor romántico, igual que lo es su muerte, y no ese que se obcecan en vendernos en las películas hollywoodienses que protagonizan Jennifer Aniston y toda esa suerte de actrices (y actores) que se empeñan en desencaminar, confundir y engañar al espectador sobre lo que es de verdad el Romanticismo…


En resumen, creo que hay tantas ideas, sentimientos y sensaciones en Los miserables de Tom Hooper que es difícil que nadie salga de su proyección indiferente y sin identificarse al menos con alguno de ellos. La siempre solvente alianza entre imágenes y música la hace todavía más cautivadora y ayuda a embriagar fácilmente al espectador. Tan sólo he de lamentar el despiste que con respecto a la imagen central siempre suponen los inevitables subtítulos de las canciones, y eso que yo tengo la suerte de entender un poquito el inglés…

jueves, 20 de diciembre de 2012

El Hobbit: Un viaje inesperado

Sin lugar a dudas la película que más ganas tenía de ver este año, claramente porque esperaba revivir las emociones y el deleite que me proporcionó la trilogía de El Señor de los Anillos. He conseguido mi propósito y las casi tres horas de duración de El Hobbit: Un viaje inesperado se me han pasado en un santiamén de lo entretenida y cautivadora que me ha resultado. Es más: me he quedado con ganas de que durara aún más. El hecho de que esta precuela de la obra magna de Tolkien vuelva a estar dirigida por Peter Jackson, mantenga la misma estética y recupere lugares y personajes de su predecesor fílmico/ continuación literaria y hasta conserve al mismo compositor de la banda sonora (Howard Shore) ayuda, por supuesto, a convencerme y a lograr mi empeño en trasladarme once años atrás en el tiempo.

Mucho ha costado de llegar a las pantallas este largometraje: diversos retrasos en el rodaje, cambio de director (inicialmente iba a ser Guillermo del Toro)… pero, al final, esta novela de J.R.R. Tolkien publicada por primera vez en 1937 se plasma en imágenes. Es un libro que, pese a su orientación claramente infantil, considero más redondo y sólido que el artificialmente alargado El Señor de los Anillos, algo que ya comenté en una entrada anterior sobre La Comunida del Anillo (véase) y mi iniciación en la obra del autor sudafricano. Jackson anunciaba recientemente que los dos capítulos iniciales de esta nueva saga se convertirían finalmente en tres: Un viaje inesperado (2012), La desolación de Smaug, que veremos en diciembre del año que viene, y Partida y regreso, que concluirá la trilogía en julio de 2014. Para extender el metraje de de los tres capítulos, el director neozelandés ha acudido a los Apéndices de El Señor de los Anillos y a otro material tolkieniano, además de a su propia imaginación. Es por ello que, en Un viaje inesperado, nos reencontramos con Frodo, Galadriel, Elrond o Saruman, que no aparecen en la novela original y cuya presencia en el film resulta simpática, si bien algo forzada. De igual manera conocemos el final de Erebor, al mago Radagast, y vemos cobrar mayor protagonismo al orco Azog en varias escenas creadas ex profeso para el film.

Del libro que ha dado lugar a la película se mantiene, por supuesto, casi toda la historia original: la de un afable y tranquilo hobbit llamado Bilbo Bolsón (Martin Freeman), que un buen día es reclutado por el mago Gandalf (Ian McKellen) y trece enanos para que les ayude a derrotar al temible dragón Smaug y recuperar su ciudad natal y el tesoro en ella guardado. Entre ambos puntos, principio y final de la historia, por descontado mil aventuras con orcos, trasgos, trolls y un sinfín de personajes amigos y enemigos, entre los que destaca el sin par Gollum en el momento en que pierde el famoso anillo que tantos quebraderos de cabeza dará al sobrino de Bilbo, Frodo, sesenta años después de los sucesos narrados en esta película y su libro original.

Si he de ponerla alguna pega a la cinta –en realidad, no muy importante– es su tono algo más ligero que el de El Señor de los Anillos, en donde en todo momento pesa la ominosa, sombría y apocalíptica presencia de Sauron que aquí sólo se toca de refilón, así como algún elemento o momento más cómico o infantil como las escenas del trineo de Radagast (y el personaje en sí), o secuencias algo exageradas como la huída de la guarida orca o la aparición de los gigantes pétreos. También he echado de menos al personaje –concebido expresamente para el largometraje– interpretado por la bellísima Evangeline Lilly, que imagino aparecerá en la próxima entrega, y al que estaba deseando ver, dado mi embeleso por la actriz.

Por lo demás, esperando ansioso la llegada de las continuaciones. ¡Un año todavía!...

martes, 18 de diciembre de 2012

Ne te retourne pas / Don't Look Back

Interesante drama psicológico en el que una mujer que ha olvidado su infancia por completo y escribe un libro con el fin de intentar recordarla comienza a ver cómo todo su entorno cambia: primero son pequeñas alteraciones en los muebles y habitaciones de su hogar, después deja de reconocer la casa, a su propia familia y, finalmente, a si misma. Un viaje a Italia, a un pueblo que aparece en una fotografía que encuentra, acabará revelando el origen de este extraño trauma.

Lo más original de esta película de 2009 de la directora francesa Marina de Van es cómo se representa ante el espectador el trastorno de la protagonista, ya que la vemos a ella y a sus familiares mutar poco a poco (en un momento dado, tiene media cara de una mujer y la mitad de otra), deformarse, empequeñecerse, convertirse en su versión joven… La explicación final está resuelta con elegancia y sutileza, dejando parcialmente al público la labor de unir las piezas del rompecabezas sin tener que desmenuzárnoslo todo como si fuéramos tontos, tal y como hacen muchas películas estadounidenses.

Lo mejor del film, sin duda, el poder disfrutar de dos grandes damas del cine europeo (e internacional) como son la francesa Sophie Marceau y la italiana Monica Bellucci, ambas interpretando al mismo personaje en las dos etapas de su “transformación”.

viernes, 14 de diciembre de 2012

Golpe de efecto

Tras varias semanas alejado forzosamente de mis amadas pantallas cinematográficas –algo inaudito en mí–, vuelvo a ellas para ver Golpe de efecto (Trouble with the Curve) de Robert Lorenz atraído, obviamente, por la presencia de su protagonista principal: el inmenso Clint Eastwood, y eso a pesar de lo poco que me atraen en general las películas sobre deportes. El actor interpreta aquí a un veterano ojeador de béisbol cuya vista empieza a fallar, lo que le puede suponer el fin de su carrera. En busca de nuevos fichajes para la temporada, acaba siendo acompañado algo a disgusto por su hija (Amy Adams), una abogada de éxito de la que ha estado distanciada muchos años y con la que tiene una relación más bien tirante. Y es precisamente sobre este vínculo padre-hija sobre el que se centra el film, más que sobre el popular deporte estadounidense en sí, que sirve más bien como excusa. A la pareja se les unirá otro joven ojeador interpretado por Justin Timberlake que, naturalmente, pronto quedará embelesado por la muchacha e intentará conquistarla. Entre el reparto secundario destacaría al siempre agradable John Goodman como amigo y jefe del personaje principal.

Lo mejor de este película –por lo demás, no especialmente original o destacable– se resume en dos palabras: Clint Eastwood. Es una gozada ver de nuevo en pantalla a toda una leyenda viviente como es él y se disfruta cada minuto en el que aparece. La atractiva Amy Adams me parece correcta y una digna comparsa del malhumorado ojeador; mucho más me cansa la presencia de Timberlake, que me parece un actorcillo que siempre reincide en su papel de guapito simpático y cuya relación amorosa con el personaje de Adams me rechina por lo forzada y facilona que se me antoja.

El renegado

Fiel a mi propósito de completar poco a poco la filmografía de la exquisita Gene Tierney, continúo ahora con el que fue su segundo trabajo para Hollywood, El renegado (Hudson´s Bay), dirigida por Irving Pichel en 1941 y que nos sitúa en el Canadá del siglo XVII, entre indios, tramperos y colonizadores del país en ciernes. El protagonismo masculino lo comparten Paul Muni y John Sutton, aunque es el primero y más veterano actor el que lidera el reparto. Muni es un visionario explorador francés que concibe todo un imperio comercial en torno al negocio de las pieles de castor y al que acompaña el gigantesco Gooseberry (el simpático Laird Gregar); Sutton es el noble inglés “renegado” al que han expulsado de su país que entablará amistad con los anteriores. Los tres acabarán proponiéndole una fructífera empresa peletera al rey Carlos II, al que interpreta nada menos que mi admiradísimo Vincent Price en la primera de las cuatro ocasiones en que compartiría cartel con Gene Tierney. Ella es la prometida de Sutton, y su intervención en la cinta es más bien breve. El mejor momento artístico de la actriz estaba por venir en los años inmediatos…

domingo, 9 de diciembre de 2012

¡Kirk!

Aunque tengo el blog prácticamente en hibernación y en espera de mi decisión de seguir o no con él el próximo 2013, no puedo dejar de incluir al menos unas pocas líneas para celebrar, un año más, la felizmente extremada longevidad del que considero el más grande mito viviente del cine: Mr. Kirk Douglas alcanza hoy los 96 añazos, que ahí es nada. Aunque lejos de ser aquel apuesto galán que deslumbró en las pantallas de las décadas de los años 40 y 50, su estatus, trascendencia y valía como leyenda de Hollywood lo hacen absolutamente único e imcomparable: no hay nadie como él en este planeta. Puedo pensar en algunos de sus compañeros de época y casi de quinta como Eli Wallach, Jerry Lewis, Mickey Rooney o Louis Jourdan (los primeros que me vienen a la cabeza), pero, admirables como me parecen todos ellos, ninguno se me antoja al nivel y a  la altura de Kirk. Señor Douglas: ¡muchísimas gracias por tantas y tan buenas películas y espero verle cumplir los 100 años!