"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

miércoles, 24 de octubre de 2012

La reina de la guerra

Una película que tenía ganas de ver por dos razones principales: la presencia de Emily Blunt (fue su primer papel en el cine) y el propio tema que trata, ya que me gustan casi todas las películas históricas: la rebelión de la reina icena Boudica contra el yugo del invasor romano en el siglo I. Los icenos fueron un pueblo que vivió en el este de Britania, en lo que hoy en día es Norfolk. Tras una serie de abusos e injusticias por parte del Emperador Nerón, Boudica y sus aliados se enfrentaron contra las legiones del tirano, inicialmente con éxito, pero finalmente sucumbiendo ante la superioridad del enemigo. Aún con todo, hoy en día la figura de esta mujer guerrera es reivindicada en Inglaterra como una de las primeras heroínas épicas británicas, aunque su historia no ha sido llevada en demasiadas ocasiones a la pantalla.

La reina de la guerra (Boudica) fue dirigida por el televisivo Bill Anderson en 2003 y, de hecho, tiene todo el aspecto de un telefilm, aunque me consta que se rodó para pantalla grande: una producción sencilla, pocos extras y nada de batallas espectaculares ni vistosas tomas de ejércitos y muchedumbres. Lo más resaltable del largometraje es la pequeña lección de historia que ofrece a los que, aún interesados por ella, no somos muy duchos en la materia.

Los intérpretes principales son Alex Kingston como la propia reina, la veterana Francis Barber como Agripina, Jack Shepherd como Claudio, Hugo Speer y Gary Lewis como los hombres de confianza de Boudica, el guerrero Dervalloc y el druida Magior, Andrew Lee Potts como Nerón, y Leanne Rowe y Emily Blunt como las hijas de la líder de los icenos, Siora e Isolda. Lo de Emily puede parecer una obsesión después de reseñar Looper hace pocos días, pero no lo es tanto; las películas han coincidido más bien fruto de la casualidad. Pero, de todas maneras, sí: me gusta Emily Blunt ;)

lunes, 22 de octubre de 2012

Viaje pixelado: Medal of Honor

Es que los juegos tipo Doom no me gustan”. Fue mi primera reacción cuando un amigo me quiso enseñar, hacia finales de 1999 o principios de 2000, el videojuego para Playstation Medal of Honor. Lo publicaba Electronic Arts y había sido diseñado por la Dreamworks de Spielberg. El mismísimo “Rey Midas” de Hollywood había concebido el argumento, sin lugar a dudas inspirado por el éxito de su más reciente largometraje en aquel momento: Salvar al soldado Ryan. Curiosamente, la serie a la que dio origen este título infográfico iba a convertirse en una de mis favoritas y esenciales en esta mi “segunda juventud” con los juegos electrónicos, que precisamente había comenzado por aquellas fechas con la adquisición de la consola citada unas líneas atrás.

Un juego a contracorriente
Desde entonces, he tenido prácticamente todas las continuaciones de este en su tiempo original videojuego, y fue tal porque, en un momento en que los shooters en primera persona nos trasladaban casi invariablemente a ambientes futuristas y de ciencia ficción –como el ya citado Doom–, Medal of Honor nos transportaba, por el contrario, al pasado, a la siempre evocadora y fascinante época de la II Guerra Mundial. Nos metía en la piel de un oficial estadounidense que trabajaba para la OSS (futura CIA) que debía cumplir varias misiones de infiltración y sabotaje tras las líneas enemigas y enfrentarse a los soldados del III Reich. En algunos momentos, debíamos simplemente liarnos a tiros con el ejército alemán, en otros, teníamos que disfrazarnos e intentar pasar entre los nazis como uno de ellos. La perspectiva, como ya he adelantado, era en primera persona: sólo veíamos las manos del personaje, ya fuese empuñando un arma u otra o enseñando pases. En pantalla se nos mostraban cosas como la munición disponible, una brújula para orientarnos o la salud, representada por un círculo que se iba vaciando y que debíamos rellenar mediante cantimploras y botiquines que íbamos encontrando.

Imágenes de Medal of Honor (izq.) y su primera secuela, Underground (centro y der.), de 1999 y 2000 respectivamente.

En el juego recorríamos bosques, cuarteles, instalaciones industriales, etc, etc, en general estructuradas en “pasillos” que limitaban y encauzaban nuestro movimiento. De hecho, el personaje no podía siquiera saltar pequeños obstáculos. Existía también un modo con pantalla dividida para que pudieran enfrentarse entre sí dos jugadores. A la originalidad de su ambientación –en aquellos años, toda una rareza–, a Medal of Honor hay que reconocerle otros aciertos como una banda sonora creada enteramente con orquesta, como si de una película se tratara; algo que fue también verdaderamente novedoso en unos tiempos en que casi todos los videojuegos estaban musicados electrónicamente. Por reprocharle algo, de este título me quejaré de cierto regustillo “patriótico” (¡estamos hablando de un producto de Steven Spieberg!), ilustrado a menudo con una serie de mensajes y citas ensalzando el valor del soldado e ideas similares. Medal of Honor tuvo un gran éxito y abrió el camino para los muchos juegos ambientados en la II Guerra Mundial que luego le seguirían, como las series Call of Duty, Brothers in Arms, Battlefield y tantos más…

Las –muchísimas– secuelas
Tan sólo un año después, en 2000, aparecía la continuación del título que destacamos: Medal of Honor: Underground, en mi opinión, incluso todavía mejor que el primero. Seguía una línea parecida, pero tenía dos importantes diferencias con su antecesor y con todo el resto de la serie: era la única entrega de esta en la que llevábamos a un personaje que no era estadounidense y que, además, era femenino: una luchadora de la resistencia francesa (ningún protagonista se repetirá en las sucesivas secuelas de la franquicia y todos menos el de la segunda serán militares de EE.UU.) En realidad, es obvio que es algo que apenas se puede apreciar en un shooter en primera persona, si exceptuamos alguna misión como aquella en la que la chica se hacía pasar por fotógrafa y los soldados alemanes estaban lanzándole piropos continuamente.

Las continuaciones de la franquicia para Playstation 1, 2 y 3.

A destacar en esta segunda parte de la serie dos escenarios impresionantes: aquel en el que te infiltrabas en el mismísimo Castillo de Wewelsburg, y una misión extra compuesta por tres episodios a la que podías acceder tras acabarte el juego, y en los que te enfrentabas a un científico loco que liberaba contra ti perros bípedos, armaduras animadas, zombies explosivos y muñecos gigantes de hojalata…. ¡Divertidísima!

El siguiente capítulo de la serie que yo tuve (luego hablaremos de los de PC) aparece ya para la siguiente generación de consolas: Xbox, GameCube y, en mi caso, Playstation 2. De hecho, fue uno de los primeros juegos que tuve para esta consola, allá por junio de 2002. Su título era esta vez Frontline, y se centraba en la Operación Market-Garden (aunque nos transportaba desde Francia a Alemania). Aunque impresionado por las nuevas posibilidades gráficas de la máquina de Sony, y en general agradado por el videojuego, he de decir que me frustró un poco el difícil manejo del punto de mira que se usaba para disparar a los objetivos enemigos, bastante complicado de cuadrar con precisión. Por fortuna, esta deficiencia técnica se solventó en posteriores entregas de la saga.

Las ediciones para PC a partir de 2002 empiezan a incorporar a la saga opciones como manejar vehículos o formar parte de un pelotón.

Hasta principios de 2003 no había podido tener aún mi propio ordenador personal. Cuando lo hago para esas fechas adquiero, por supuesto, la entrega para PC –Allied Assault,  que ya había aparecido el año anterior– en un pack que lleva también su primera expansión, Spearhead, y la banda sonora. Poco después me hago con otro módulo para la versión de PC: Breakthrough, y todos ellos confirman mi admiración por la saga llevándome a nuevos escenarios del conflicto bélico que asoló al mundo entre 1939 y 1945: el Paso de Kasserine, las Ardenas, Monte Cassino y Monte Battaglia y muchos otras batallas clásicas de la II Guerra Mundial. Por desgracia, y seguramente debido a mi ineptitud informática, no consigo jugar a una expansión descargable realizada en nuestro país que utiliza el motor y el juego base de PC para ambientarnos en la propia Guerra Civil Española. Es una asignatura que aún tengo pendiente. También a partir de estas versiones para ordenadores domésticos se empiezan a introducir en la serie otras modalidades de juego que nos permiten viajar en vehículos de combate, ya sea en calidad de conductor, de artillero, o de ambos, y hasta formar parte de un pelotón.

Arena y cal
La saga creada por Spielberg continúa en Playstation 2 con tres juegos más: Rising Sun (2003) nos traslada por primera vez al teatro de operaciones asiático y nos enfrenta a las temibles topas japonesas. Es indiscutiblemente el peor título de la franquicia, con terribles deficiencias técnicas y tan decepcionante que es el único de todos los Medal of Honor que sólo he jugado una vez. Ni misiones tan sugerentes como Pearl Harbor, Manila o Guadalcanal consiguen cautivarme. El batacazo de esta entrega es tan grande que una secuela que se había concebido acaba siendo anulada. Por fortuna, Electronic Arts se redime de su desatino con el estupendo Allied Assault, el segundo título para PS2 de los tres que habíamos adelantado, y que llega a las tiendas en 2005. Dos años más tarde aparece Vanguard, algo inferior en calidad al anterior pero que, a pesar de un comienzo un tanto flojo, ofrece algunas misiones interesantes hacia su segunda mitad.
Títulos para PC y otras consolas

Por supuesto, como hemos visto, la gama no se limita sólo a la consola de Sony: en 2004 aparece para PC Pacific Assault, que también adquiero, aunque me encuentro con que mi ordenador no puede reproducirlo en condiciones debido a sus prestaciones. El juego queda aparcado durante años y lo cierto es que aún lo tengo pendiente por ahí. Otros títulos para otros soportes que aparecen en la primera década del siglo XXI son Medal of Honor: Infiltrator (Game Boy Advance, 2003), Medal of Honor: Heroes (PlayStation Portable, 2006) y Medal of Honor: Heroes 2 (Wii y PlayStation Portable, 2007). Por supuesto, muchos de los productos previamente citados para Playtastion aparecen también para otros aparatos de la competencia.

Entre los primeros juegos que se publican para la recién comercializada Playstation 3 en 2007 está Medal of Honor: Airborne, con el que la saga salta a la que, de momento, es la última generación de consolas. Yo lo adquiero al año siguiente de segunda mano. Es exactamente mi segundo juego para la nueva máquina, y para mí mantiene el nivel en general de esta serie de la que soy gran entusiasta. Una novedad específica de esta entrega es que llegas a los escenarios saltando en paracaídas desde un avión, y que puedes elegir el punto en el que caes. Hace tiempo que se acabaron en Medal of Honor los encorsetados mapas “pasilleros” en los que prácticamente tenías que seguir un camino lineal y exacto impuesto por las limitaciones técnicas de las anteriores consolas: en las últimas entregas de la serie, hay mucha mayor flexibilidad y libertad a la hora de mover a nuestro personaje y no debes necesariamente seguir los objetivos de cada misión en un orden estricto. El título incorpora algunas novedades como la posibilidad de mejorar las armas y, como manda la moda, la opción de jugar online. Además, las nuevas posibilidades gráficas de la PS3 mejoran obviamente el apartado visual. ¡Qué diferencia con aquellos primeros Medal de 1999 y 2000!

Cambio de tercio y resumen
Hace ahora dos años aparecía la primera entrega de la serie que no me iba a comprar; la razón es sencilla: debido al éxito de otros títulos de compañías rivales como Call of Duty: Modern Warfare, la franquicia de Electronic Arts decide por primera vez en la trayectoria de Medal of Honor cambiar su ambientación histórica, trasladándola a la más reciente y todavía activa Guerra de Afganistán. Para mí supone toda una decepción, ya que no me interesan demasiado los videojuegos que se ambientan en conflictos modernos. Me parece, además, una renuncia un tanto deshonesta por parte de los creadores de MoH al espíritu e ideas originales de la saga, aunque entiendo que se adapten a lo que vende y está de moda. En cualquier caso, por estos motivos, decido no adquirir esta nueva entrega de la serie, que por cierto no lleva más título que el genérico de toda ella: Medal of Honor. La secuela está prevista para estas mismas fechas (finales de octubre de 2012) y se llama Warfighter, pero, en principio, no llevo idea de jugar a estos juegos, a no ser que los llegue a alquilar o los encuentre a precios irrisorios. Ha sido todo un golpe para un seguidor de la franquicia desde sus comienzos y lamento que no nos devuelvan a su entorno original en los primeros años 40 del siglo XX. Batallas y escenarios hay muchos si no se limitan a aquellos protagonizados por tropas estadounidenses. ¡Y tampoco estaría mal alguno en la Guerra Civil Española o incluso en la I Guerra Mundial!

Pantallas de algunos de los últimos Medal of Honor (Vanguard, Airborne y MoH 2010), en los que se pueden apreciar  claramente los
 obvios avances infográficos con respecto a sus antecesores

Los Medal of Honor, próximos a cumplir, si habéis llevado la cuenta, trece años de historia y catorce entregas, han sido de gran relevancia en mi faceta de videojugador desde que volví a este divertimento hacia 1999. Aunque han aparecido otros productos claramente inspirados en ellos y los he probado casi todos, no me han marcado tanto ni me han gustado como ellos. Por ejemplo, he jugado a casi todos los Call of Duty y, a pesar de que nos trasladan a ambientes mucho más variados que los Medal dentro de la II Guerra Mundial (por ejemplo, un escenario que me fascina tanto como Stalingrado), no me han acabado de cuajar del todo porque tienen mecánicas y elementos muy diferentes a los de sus competidores de EA, y quizá estoy demasiado acostumbrados a los de estos últimos: por ejemplo, me agobia visualmente el exceso de iconos mostrando las posibles acciones que el personaje puede realizar y que para mí le quitan realismo al juego, o el sistema de salud en el que, si te escondes cuando te están hiriendo, te recuperas completamente. Tampoco me gusta el hecho de tener que jugar dentro de una escuadra de soldados a los que tienes que seguir (¡incluso cuando tú estás al mando!) y que a menudo arruinan las misiones de sigilo o ataques ventajosos. Es cierto que algunos de estos elementos también fueron introducidos –temporal o definitivamente– en la saga Medal of Honor. La verdad es que echa uno de menos los tiempos en que iba él solo a lo largo de toda la aventura enfrentándose a todos los enemigos y sin compañeros a los que acompañar o liderar, aunque esto se hiciera por restricciones técnicas y sea, en este caso, más verídico que un soldado no combata sin ayuda. Otra impresión negativa que tengo de los Call of Duty es la de que muchas veces estás limitándote a ver un largo vídeo en el que apenas tienes iniciativa ni independencia. Es lo que pasó con el último de ellos al que jugué, el ya citado Modern Warfare, en el que prácticamente me limitaba a seguir a mi grupo, a obedecer sus órdenes, y a acabar con los pocos enemigos que me dejaban.

El tirón que tuvo la II Guerra Mundial en los videojuegos parece que ha cesado por el momento. La versión remozada de Sniper Elite que salió este año –y que espero poder adquirir pronto– es uno de los pocos títulos que nos devuelven a la guerra de Hitler y compañía. Pero, como todo es cíclico, no me extrañaría que pronto se volviera a poner de moda el conflicto en el mundo infográfico y comenzaran a aparecer nuevos títulos que nos permitan manejar otra vez la clásica MP-40 y demás viejas armas de aquella época que la seguridad de la distancia nos permite ver hasta con un cierto halo de romanticismo…

domingo, 21 de octubre de 2012

Looper

Voy a tener que plantearme esto de prendarme de actrices tan prolíficas como lo es Emliy Blunt porque terminaré arruinándome intentando seguir fielmente sus trabajos: nada menos que cinco largometrajes ha estrenado la londinense en nuestro país este año: La pesca del salmón en Yemen, que pudimos ver el pasado mayo, El amigo de mi hermana y Eternamente comprometidos (ambas en septiembre ) y Looper este mismo mes, además de su pequeña intervención en Los Muppets, único de estos títulos que no he visto en pantalla grande y que destiné finalmente para formato doméstico. La chica está viviendo desde luego un gran momento profesional y no parece faltarle trabajo, más aún teniendo en cuenta que se compromete por igual a participar en grandes superproducciones de Hollywood que en películas independientes, abarcando por ello una amplia gama de posibilidades artísticas.

Tras una serie de comedias más íntimas y sencillas, Emily se traslada con esta Looper de Rian Johnson al terreno de la ciencia ficción: en el año 2074, el hombre ha descubierto como viajar en el tiempo, pero este proceso está prohibido. Sin embargo, las bandas mafiosas lo utilizan para enviar a personas que quieren ejecutar hasta tres décadas atrás –el presente de la película– donde secuaces especializados –los loopers del título– las eliminan con impunidad. Joe (Joseph Gordon-Levitt) es uno de estos matones que un mal día descubre que le han enviado a su propio yo futuro (Bruce Willis) para que acabe con él, cosa que no hace, iniciándose por ello toda una serie de peripecias que pondrán en peligro las dos épocas en las que vive el protagonista, presente y futuro.

El personaje de Emily Blunt (Sara) tarda un poco en aparecer en la cinta, pero se impone más que relevante en el devenir de la historia al ser la madre de un niño muy especial con el que querrá acabar el Joe mayor y al que se empeñará en proteger el Joe joven. Con ello, una inevitable ristra de conflictos, dudas y cuestiones habituales en las películas que tratan el tema del viaje en el tiempo: ¿cómo afectará el comportamiento de uno u otro Joe a su versión de otra época? ¿Podemos cambiar el pasado o modificar un futuro que, en realidad, ya ha ocurrido? ¿Es el tiempo cíclico? ¿Se puede romper o alterar ese ciclo? La película se desarrolla con una trama que, sin ser especialmente original, tampoco es por ello aburrida, y que tiene un ritmo algo contrapuesto que combina escenas más sosegadas, digamos “de conversación”, con otras de tensión y tiroteos, por fortuna, no demasiadas y más o menos bien repartidas para equilibrar la narración y dotarla de cierta y agradecible carga dramática. El trío protagonista me parece lo suficientemente efectivo y correcto, siendo el personaje de Bruce Willis el menos atractivo de los tres sobre todo en algunos momentos en que parece estar recorriendo de nuevo sus habituales “junglas de cristal”. Aún con todo, su presencia es indispensable en la trama y sirve como contrapunto a la pareja protagonista, Gordon-Levitt y Blunt, ganando el personaje de esta última interés conforme avanza la historia.

Por cierto, la película es futurista y tiene algunos modernos gadgets y máquinas, pero no esperéis algo en la línea de Desafío total, con avanzados robots, artefactos prodigiosos y kilométricos rascacielos: buena parte de ella transcurre en un sencillo ambiente rural, en la granja en la que trabaja el personaje de Emily Blunt a la que, alejada de sus más habituales chicas elegantes y sofisticadas, encontramos aquí haciendo de redneck rubia, de manos callosas y tostada por el sol. Sigo prefiriéndola morena.

martes, 16 de octubre de 2012

Frankenweenie

Sin lugar a dudas, una de las más simpáticas adaptaciones que ha tenido la inmortal novela de Mary Shelley; o, más concretamente, debiera decir la legendaria película de James Whale, ya que este Frankenweenie de Tim Burton se basa más directamente en el clásico de 1931 que inmortalizó a Boris Karloff. Es a la vez, como sabrá casi todo el mundo, un remake de un cortometraje que el mismo Burton realizara en 1984, cuando aún se intentaba abrir camino en el panorama fílmico internacional. De aquella primera versión el director sigue conservando, además de la idea principal, la audaz fotografía en blanco y negro (toda una osadía hoy en día), pero decide cambiar la acción real por la impagable animación con marionetas.

En esta ocasión, Víctor Frankenstein es un niño que vive en una entrañable ciudad con un claro aire fifties que pierde a su querido perro en una accidente y que, inspirado por las lecciones de su profesor de ciencias, decide resucitar a su mascota valiéndose de la electricidad. El experimento no podrá permanecer oculto durante mucho tiempo: otros compañeros de clase de Víctor acabarán enterándose y querrán ser partícipes del secreto del precoz científico, lo que, naturalmente, acabará provocando una serie de catastróficas a la vez que risibles situaciones en la localidad.

Me apena decir que no ha sido un largometraje que haya disfrutado enormemente. Quizá tengo ya demasiada edad para hacerlo con productos que, como este, van destinados claramente a un público infantil. Y eso a pesar de que éste difícilmente podrá apreciar los muchísimos, muchísimos guiños que Burton hace a todos los mitos del fantástico literario, cinematográfico y televisivo con los que él y yo hemos crecido y que hacen que, al contrario que lo que les pasa a otras personas, para mí este director nunca deje de ser interesante: a lo largo de la escasa hora y media de Frankenweenie encontramos referencias a Edgar Allan Poe, Ray Harryhausen, las películas de la Hammer y de la Tojo, y a todos nuestros queridos actores, personajes y monstruos de la Universal y de otras producciones del fantástico. Impagables los compañeros y amigos del muchacho protagonista, como su vecinita Elsa Van Helsing, el jorobado Edgar, la niña zombie, el chico que parece Boris Karloff, la perra caniche con el  peinado de Elsa Lanchester en La novia de Frankenstein y, sobre todo, ese maestro de escuela que es claramente un homenaje al gran Vincent Price.

jueves, 11 de octubre de 2012

Leningrado

Tengo que admitir que nunca he sido muy ducho en cine ruso, ni antiguo, ni moderno. Por un lado, tiendo a pensar que la sensibilidad y temáticas de las películas de esta nacionalidad no son las que más se adaptan a mis gustos; por otro, simplemente, no tengo demasiadas ocasiones de “arriesgarme” ni siquiera a ver cintas de aquel país, ya que muchas de ellas no se acercan ni remotamente a los circuitos cinematográficos, ni siquiera domésticos, habituales en España. Sin embargo, de vez en cuando se lleva uno sorpresas como este largometraje de 2009, Leningrado, que descubrí directamente en alquiler y me gustó tanto que hasta acabé finalmente adquiriéndola en DVD. También es cierto que es un producto con clara proyección internacional, con un destacable presupuesto y un elenco de actores principales de reconocida fama mundial; probablemente, no una película rusa más estándar.

El film toma como base, por supuesto, el terrible asedio al que estuvo sometida esta localidad soviética durante dos años y medio entre 1941 y 1944: para evitar tener que capturar la ciudad y hacerse cargo de su extensa población de tres millones de habitantes, el ejército alemán –con la ayuda del finlandés– decidió simplemente sitiarla y dejar a sus pobladores morir de hambre y de frío. Las gentes de Leningrado resistieron sin apenas alimentos durante 900 días valiéndose de todos los recursos que pudieron sacar: desde comerse a los animales de la ciudad hasta recurrir a la antropofagia, pasando por la ingestión de maderas, papeles y cuantas sustancias pseudo-alimenticias tenían a mano. Se calcula que cerca de la mitad de la población de la ciudad pereció durante el largo asedio, aunque el número reconocido oficialmente fue menor.

En este contexto histórico, el director Aleksandr Buravsky nos presenta una película dura, verídica, que muestra la tragedia que fue el cerco de la urbe sin caer en el sentimentalismo facilón a lo Spielberg. Se trata de una coproducción con el Reino Unido que no se centra en las secuencias de acción bélica (hay muy pocas) sino en el drama humano protagonizado por una serie de personajes que quedan encerrados en la ciudad, principalmente el de la periodista británica a la que encarna Mira Sorvino, el de la joven miliciana  interpretada por Olga Sutulova y el del muchacho enfermo al que da vida Vadim Loginov. El reparto lo completan Gabriel Byrne como el colega y amigo de la periodista y el impecable Armin Mueller-Stahl, habitual en cintas de la II Guerra Mundial, aunque normalmente en el bando contrario (aquí hace de general alemán).

Siento una enorme admiración por el pueblo soviético de la época que retrata la película, que tuvo que soportar a dos de los monstruos más grades del siglo XX: Hitler y Stalin.

Enlaces de interés:
Impresionante montaje fotográfico de imágenes de Leningrado durante el asedio y en 2009 partiendo de los mismos lugares y perspectivas.

sábado, 6 de octubre de 2012

El jinete del tiempo

Años antes de que Michael J. Fox retrocediera al lejano oeste con su famoso Delorean, ya lo había hecho el bueno de Fred Ward con una sencilla motocicleta customizada; eso sí: su viaje, al contrario que el de Marty McFly, no fue voluntario: participando en unas pruebas de motocross, el experto piloto interpretado por Ward cruza accidentalmente una zona en la que están probando un dispositivo experimental de viaje en el tiempo. Sin ser consciente de ello, se encuentra de repente en un pequeño pueblecito mexicano en el que todos visten “a la antigua”, en el que residen un peculiar sacerdote (Ed Lauter) y una bella pistolera (Belinda Bauer) y al que acosa la inevitable banda de forajidos liderada por el malo de turno (un simpático Peter Coyote), que ahora se empeña en apoderarse de la extraña máquina rodante en la que ha llegado el desprevenido viajero temporal.

Efectivamente: El jinete del tiempo (Timerider: The Adventure of Lyle Swann) es la película que motivó mi anterior entrada-homenaje a la actriz Belinda Bauer, y que revisité esta semana después de muchos, muchos años. Recuerdo haberla visto en mi adolescencia –creo que en la desaparecida Terraza Nit de mi localidad– pero ni siquiera me acordaba ya ni de quiénes eran sus intérpretes. Aunque luego he visto muchas otras películas de Ward y de Coyote, este fue posiblemente mi primer encuentro cinematográfico con ambos. No recuerdo la impresión que este film de William Dear me produjo en su momento; es posible que para alguien de la edad que yo tenía entonces pudiera ser emocionante, pero a día de hoy me parece una película nimia y bastante simple a la que no ayuda precisamente la horrible banda sonora (sintetizadores a mansalva: ¡eran los 80!), la escasa trama, y la mayoría de interpretaciones un tanto superficiales. Si algo salva el largometraje es el habitual filtro nostálgico con que se vuelven a ver todas aquellas cintas que, en mayor o menor medida, forjaron en los cimientos de nuestro amor por el Cine.

Oh, por cierto: hay en Timerider una divertidísima anécdota de esas sobre “paradojas temporales” tan habituales en películas de viajes en el tiempo que fue incluso parodiada en la serie Futurama: el protagonista tiene una relación íntima con la chica en la cinta y acaba descubriendo que es... ¡su propio tatarabuelo!

viernes, 5 de octubre de 2012

Anónimos populares: Belinda Bauer

Revisitando una vieja película del género fantástico que vi en mis años mozos –El jinete del tiempo– me he reencontrado con una actriz que me era bastante familiar en aquella época, los 80, y que, sin embargo, había prácticamente desaparecido de mi banco de datos fílmicos cerebral. El olvido parece bastante justificado, ya que la chica en cuestión, Belinda Bauer, abandonó la interpretación hace ya dieciséis años. Quiero aprovechar la excusa de esta reunión cinematográfica para recordar un poco la no muy larga carrera artística de esta australiana…

Nace como Belinda Jane Taubman un 13 de junio de 1950, en una familia acomodada dueña de la empresa nacional Taubman Paints. Su atractivo físico pronto la encamina a flirtear con diversos concursos de belleza de Sydney y a la inevitable carrera de modelo –también estudia ballet–. Finalmente, acaba abandonando su país para buscar fortuna en EE.UU. como actriz.

En su época de modelo, portada
de la revista Esquire en 1977
Se inicia en el cine ya cerca de la treintena con muy buen pie, ya que en Muertes de invierno, de 1979, le acompañan nombres de la talla de John Huston, Eli Wallach, Sterling Hayden, Toshiro Mifune o Anthony Perkins, además del actor principal, Jeff Bridges. Con él repetirá en su segundo trabajo The American Success Company.

Los ochenta serán la mejor época de Belinda –quien ya ha adoptado el apellido artístico Bauer– en lo que a cine y televisión se refiere, ya que alterna durante toda la década ambos medios. Curiosamente, va a ser una habitual de las producciones fantásticas, género que me gusta mucho y que es la principal razón de que la actriz me llamara la atención en su momento: prueba de ello son los telefilmes El arquero de fuego, Mi querida extraterrestre y hasta una curiosa adaptación de El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde (Sins of Dorian Gray) en la que ella misma interpreta al personaje del título. Para la gran pantalla interviene en la ya clásica Flashdance, compitiendo en sensualidad con la protagonista Jennifer Beals, en la ya citada El jinete del tiempo y, hacia finales de la década, en los que probablemente sean sus dos películas más populares e interesantes: Robocop 2  y el thriller Los crímenes del rosario.

En Robocop 2, uno de sus trabajos más populares
No obstante, para ser sinceros, a posteriori da la impresión de que el momento de Belinda no le acaba de llegar, sea por falta de suerte o de talento. En los 90 interviene en episodios de algunas series clásicas como Diagnóstico asesinato, Se ha escrito un crimen o Medias de seda y en películas fantásticas y de acción como Acto de piratería, Necronomicón o Los sirvientes del crepúsculo, pero nuestra homenajeada no logra hacerse con un hueco destacable entre la fauna hollywoodiense. En 1996 participa en el film erótico Fuego de pasión y deja la interpretación para dedicarse a la psicología profesional, carrera que ejerce desde entonces. Por cierto: ¡no debe confundírsele con la escritora británica del mismo nombre!