"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

lunes, 28 de septiembre de 2015

El desconocido

A pesar de que veo muchas más películas de producción estadounidense que española, hay que reconocerle al cine de nuestro país que, incluso cuando trata con propuestas argumentales manidas y con guiones-cliché, logra casi siempre hacerlo con muchísima más solvencia y distinción de lo que suele conseguir Hollywood. El ejemplo perfecto es esta recién estrenada ópera prima de Dani de la Torre, El desconocido, en la que se repite la frecuente situación de un hombre llevado al límite por una amenaza mortal –en este caso, una bomba en el coche que conduce y en el que lleva a sus hijos– que prefiero no imaginar cómo saldría resuelta de haberse rodado al otro lado del charco –quién sabe si no nos ofrecerán pronto un “remake inmediato” de esos que tanto les gusta hacer allí–. Una buena puesta en escena con momentos emocionantes y de gran tensión y un estupendo reparto en el que no sólo destaca para mí el protagonista Luis Tosar, sino también las actrices Elvira Mínguez y Goya Toledo, hacen de este un largometraje más que entretenido que mantiene al espectador en vilo y sin quitar ojo de la pantalla durante sus 100 minutos de duración. Y, para los que quieran ver denuncias en la cinta, esta la tiene más que clara: la de la infinita avaricia y la total falta de escrúpulos de esos delincuentes legales que tenemos hoy en día, los bancos y los banqueros, que da lugar a la angustiosa vivencia de la película y a todo el plan orquestado por el supuesto “malo” de la función, interpretado por el actor Javier Gutiérrez. ¿Es, al final, realmente el villano? Me parece claro que no, o que, al menos, comparte esa dudosa distinción con otro personaje importante de la historia –que no desvelaré para quien quiera verla– y con las entidades financieras que manipulan y destrozan las vidas de sus clientes-víctimas y que, masoquistamente, la sociedad ha aceptado en su día a día.

jueves, 10 de septiembre de 2015

God Help the Girl

Una de estas películas que uno descubre de casualidad –no es de extrañar, ya que sólo tuvo un estreno limitado en nuestro país– y que, ya desde sus primeras escenas, te hacen aflorar una sonrisa –aunque sólo sea interior– por su simpatía y encanto. Se trata un musical ligero, primer largometraje dirigido por el cantante escocés Stuart Murdoch, centrado en una chica con trastornos alimenticios (Emily  Browning) que quiere componer y grabar música, y su relación con otros dos jóvenes (Olly Alexander y Hannah Murray) con los que comparte pasión y con los que se propone montar un grupo.

Me resultaba inevitable comparar God Help the Girl con algunas películas del género que me gustan mucho como Los Commitments –a la que hay varios guiños claros– o Across the Universe, pero también me parece encontrar en la cinta referencias a clásicos como Banda aparte de Goddard –esa escena en la que los tres protagonistas se marcan un bailecito y Emily Browning, tocada con sombrero, parece la mismísima Anna Karina– o las películas de los Beatles.

En fin, pues eso: canciones en su mayoría bonitas –aunque inocuas–, preciosas y soleadas localizaciones en Glasgow, un cierto aire irreal y, por qué no, también la belleza de su protagonista, que además se descubre aquí como una competente cantante, hacen para un servidor sobradamente entretenida esta película.

domingo, 6 de septiembre de 2015

Llegan sin avisar: tiempos de VHS

La razón de que vuelva a ver esta película del director Greydon Clark tras muchos años –décadas, realmente– de hacerlo por primera vez es similar a la que expuse el mes pasado cuando reseñaba Holocausto radiactivo: motivos sentimentales antes que un gran interés cultural por esta cinta que es menos que anodina; claramente muy inferior al largometraje inglés al que acabo de referirme. Y es que resulta que Llegan sin avisar (Without Warning) fue uno de los primeros títulos que vi en formato de vídeo casero, y el vínculo de ese recuerdo con el film es lo que me ha llevado a revisionarlo tras más de tres décadas, quizá en un fútil y emotivo intento de recuperar parte de aquella época juvenil.

El VHS tardó mucho en llegar a mi hogar. No lo hizo hasta diciembre de 1989. Mis padres nunca se sintieron muy interesados por estos y otros “aparatos electrónicos” que a ellos sin duda les parecían un capricho exótico, lujoso y caro. Por ello, hasta que en mi casa tuvimos magnetoscopio, fue a través de familiares y amigos como tuve que disfrutar de las entonces novedosas cintas magnéticas que nos permitían ver películas directamente en el televisor, si bien de una forma más modesta y con menos calidad que en el cine.

Ya a mediados de los ochenta comencé tener contacto con aquellos video-cassettes de plástico que poco antes habían irrumpido en el panorama comercial y social español. Llegaron en tres formatos: Beta, 2000 y VHS, y cada uno se reproducía en el artefacto correspondiente, voluminosas y caras máquinas que en un principio sólo los más afortunados se podían permitir. Después, precio y tamaño de estos electrodomésticos fueron bajando y se hicieron más asequibles para el ciudadano medio o más humilde. Curiosamente, sólo el último formato se abrió paso en el mercado, pese a ser el de menor calidad, y los compradores que apostaron por los otros dos pronto hubieron de aparcar sus magnetoscopios en algún estante de trastos inútiles.

Pase aquella década, como ya he dicho, alquilando ocasionalmente películas y “gorreando” a algún familiar o amigo su aparato –y su casa, donde a veces quedábamos varias personas para compartir la sesión– para poder disfrutar del visionado de algún film de moda o, por el contrario, difícil de ver en los cines. Durante algún tiempo de mi época de instituto acudía muchos viernes tarde a casa de mi tía-abuela con alguna cinta VHS bajo el brazo y veía con ella la película. Precisamente su hijo fue durante algún tiempo socio propietario de un videoclub local, así que hasta el alquiler de las películas me salía gratis.

El boom del vídeo doméstico: en aquellos tiempos eras el dueño de la TV, hoy el de un mamotreto del pasado

Pero no fue allí donde vería la película que ha ocasionado este artículo, sino cierto tiempo antes en casa de otro primo. Me debía valer del carnet de su madre para poder acceder al alquiler de películas en uno de los primeros videoclubes que abrieron en mi pueblo, este dentro de una tienda de electrodomésticos –algo muy habitual en la época–. Si no recuerdo mal, en aquellos tiempos, para ser socio de uno de estos locales debías comprarles una película nueva, que creo que valía unas 10.000 pesetas. Después, ponías esa cinta a disposición de los demás socios en el comercio y, a la vez, tú tenías acceso a las todos los demás. Es decir, que básicamente las películas que la gente alquilaba las había comprado ella misma. Esta costumbre desapareció, por suerte, con el tiempo, y para cuando yo me hice socio de un videoclub, ya era algo totalmente gratuito. Pagabas 100 o 200 pesetas por la cinta que te llevabas durante 24 horas, y ya estaba.

Por supuesto, con los años el VHS fue devorado por un pez más grande: aparecieron los discos láser –que no cuajaron demasiado– y, ya más tarde, el DVD y el Blu-Ray. Mi primer magnetoscopio, un Hitachi, nos sirvió bien durante una década y, finalmente, hubo de ser jubilado tras varias reparaciones. Después llegaron dos sustitutos-un Sony y un JVC– que recibieron poco uso, pues no muchos años después me compré un reproductor de DVD y las viejas cintas magnéticas y sus aparatos lectores fueron quedando relegados al olvido, estos últimos prácticamente sin usar.

Por lo demás, decir sobre Llegan sin avisar que, visto hoy en día, me parece un producto de bajo presupuesto muy mediocre que no salva ni la nostalgia, con una historia y una dirección pobre y un reparto malo –caso de la mayoría de actores jóvenes que intervienen en la cinta– o desaprovechado –caso del largo elenco de veteranos que lideran unos Jack Palance y Martin Landau claramente en horas bajas–.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Alma en la sombra

No llegó a tiempo para conmemorar el centenario de Ingrid Bergman el pasado sábado, pero por fin consigo ver Alma en la sombra (Rage in Heaven), el único de los catorce largometrajes de la etapa hollywoodiense de la actriz que no había visto. Se trata de un thriller con cierto aire hitchcockiano que dirigió W.S. Van Dyke en 1941 en el que nuestra sueca favorita se casa con un millonario (Robert Montgomery) que no es tan agradable como parece, y oculta una peligrosa paranoia y una obsesión por su mejor amigo (George Sanders) que pueden acabar poniendo en peligro a todos los que le rodean.

En estas dos semanas y media, por supuesto con motivo de la efeméride que motivó la anterior entrada, he aprovechado para homenajear a Mrs. Bergman con un pequeño ciclo personal compuesto principalmente por películas de ella que tenía menos vistas o llevaba más tiempo sin ver. Los títulos han sido, en orden de visionado:
-Recuerda
-Atormentada
-El albergue de la sexta felicidad
-Por quién doblan las campanas
-Alma en la sombra

Son ahora catorce las películas que me quedan por ver para completar la filmografía de Ingrid (aunque podemos obviar la más antigua de ellas por tener la actriz solamente una aparición como extra). Mi gran asignatura pendiente sigue siendo su etapa sueca, de la que sólo he visto dos films. Fuera de esta, me quedan por ver:
1954 Juana de Arco
1961 Auguste
1967 Stimulantia
1973 De los archivos revueltos de la señora Basil E. Frankweiler

¡Seguiremos insistiendo en la búsqueda! Cualquier información sobre cómo encontrarlas es bienvenida, ya que sólo tengo localizada la de Rossellini.