"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

viernes, 31 de enero de 2014

Trilogía Jacques Demy

Hace tiempo que llegué a la conclusión de que, con una sola vida, no voy a poder ver todas las películas que me gustaría ver. Mis asignaturas cinéfilas pendientes son muchas y no creo que logre cumplirlas todas, pero, no obstante, intento aplicarme y ver largometrajes todos los días. Entre todo este interminable material pendiente está, entre otros, el perteneciente al cine clásico francés. Por supuesto, he visto cosas: algo de Renoir, algo de Cocteau (me encanta La bella y la bestia), varias de Jacques Tati, poco de Godard y mucho de Truffaut, aunque a estos dos últimos directores los considero a caballo entre “modernos” y “clásicos” por pertenecer a una generación más joven que la de los anteriores y por ser su obra relativamente más reciente.

En estos días me he acercado a la obra de Jacques Demy (1931-1990), un director que me era casi desconocido, he visto algunos de sus trabajos esenciales y he aprendido algo sobre él y su aportación al 7º Arte. Todo esto ha venido propiciado por la adquisición de un doble DVD (sí: soy de los que todavía los compran) con Los paraguas de Cherburgo (1964) y Las señoritas de Rochefort (1967) cuyo visionado he completado con Lola (1961), que esta vez sólo he encontrado en internet y además con subtítulos en inglés. Leo que las tres se consideran, en cierta manera, una “trilogía” de su director, aunque no están exactamente concebidas como tal. Simplemente, comparten personajes y anécdotas que se interrelacionan dentro y fuera de cada “capítulo” y tienen importantes similitudes, sin lugar a duda la impronta personal y artística de su creador: todas ellas transcurren en ciudades costeras francesas, recurren al siempre efectivo tema de las relaciones amorosas como leitmotif y dan gran protagonismo a la música. En este apartado, es el compositor Michel Legrand el que colabora con Demy en las tres películas y las borda con su aportación, confiriéndoles todavía más ese sentido de “trilogía” que ha acabado aceptándose finalmente. Los paraguas… y Las señoritas… son musicales, mientras que Lola no pudo serlo por falta de presupuesto. 

De las tres películas, la que me ha gustado más ha sido Los paraguas de Cherburgo. Me ha encantado su música, la maravillosa dirección artística –Demy juega con los colores del vestuario y el decorado y los combina o contrasta creando un mundillo particular que se me antoja, una vez más, onírico o de cuento, o, más apropiadamente “de cine”–, y su compleja sencillez –raramente llegan a haber más de tres o cuatro personajes en una misma escena, y su trama podría resumirse en muy pocas frases–. Por el contrario, Las señoritas de Rochefort, con mucho mayor presupuesto, más en la línea del musical clásico norteamericano –Los paraguas… es un melodrama cantado– se me ha llegado a hacer pesada en determinados momentos –a pesar de la simpatía de muchos de sus personajes y de la intervención del mismísimo Gene Kelly– por esa especie de “ruptura de la –falsa– realidad” que siempre me produce este tipo de película cuando todos los actores y figurantes en escena rompen a bailar y a cantar. Es algo que siempre me ha costado asimilar, por muchos films de este tipo que vea. Su estética decididamente gay tampoco me llama, y no es homofobia: simplemente, es una estética con la que no me identifico y por la que no me siento atraído, como podría haberme pasado con, por ejemplo, una estética barroca, expresionista, feista o lo que fuese...

Supongo que ahora me toca ver Escuela de modelos, ya que leo que también guarda similitudes con el resto de la trilogía y que en ella aparecen claros guiños a Lola, empezando por su actriz principal…

viernes, 24 de enero de 2014

La ladrona de libros

Es, por supuesto, mi admiración por Geoffrey Rush la que me lleva a ver esta cinta de Brian Percival (que adapta una novela de Markus Zusak que me era desconocida) que en otras circunstancias seguramente no hubiera visionado. Y es así porque estoy algo cansado de tantas y tantas películas “políticamente correctas” que denuncian el azote del nazismo y el holocausto judío a menudo de manera truculenta y exageradamente melodramática repitiendo los mismos tópicos una y otra vez.

Pero no: con La ladrona de libros, me alegra decir que me he equivocado. Es una historia ambientada en la Alemania de la II Guerra Mundial, y sí: salen nazis y judíos, pero el director la reboza con un tono ligero, amable, casi de cuento –por cierto, narrado por la mismísima Muerte–, que más de una vez dibuja una sonrisa en la cara del espectador. Y lo hace sin caer en el excesivo cursilismo y sin regodearse en el morbo de mal gusto que exhiben otras películas de parecida temática. Su personaje principal es Liesel,  una niña de 12 años que es adoptada por un matrimonio de mediana edad y que pasa de ser analfabeta a convertirse en una lectora empedernida y, con el tiempo, en escritora. Mientras estalla y transcurre el conflicto bélico, Liesel se apasiona por los libros, se refugia en ellos, los aprende y se los lee a los demás.

El acertado reparto incluye también a Emily Watson como la madre adoptiva de Liesel, a Barbara Auer (la alcaldesa que presta su biblioteca a la niña), a Ben Schnetzer (un joven judío que la familia protagonista esconde) y a Nico Liersch (el niño vecino de Liesel). Pero, ni qué decir tiene, que el gran acierto de la película y su principal atractivo es su actriz protagonista, la jovencísima Sophie Nélisse. Siempre me sorprende y fascina que alguien sea capaz de dirigir a gente de tan corta edad y logre interpretaciones tan solventes.

(Oh, y sí: finalmente he decidido recuperar la sección Cartelera Ruthwen, aunque sea por rellenar “páginas”, y aunque las reseñas para ella posiblemente sean más espaciadas).

martes, 21 de enero de 2014

Cine a 3,90 euros

Supongo que era necesaria alguna estrategia por el estilo. Tras los terribles primeros quince meses desde la desafortunada subida del IVA cultural (en los que nos hemos quedado esperando infinidad de películas que no llegaron), después de los muchos y repetidos desaciertos de nuestros gobernantes y de las distribuidoras cinematográficas, tras tanta desidia y desprecio del 7º Arte por esa legión de consumidores internáuticos insensibles y sin miramientos, los cines españoles toman una importante y plausible decisión: dos trimestres completos al año en los que el precio de la entrada en el día del espectador (generalmente, los miércoles) será de sólo 3,90 euros por persona. La primera campaña comenzó el pasado día 15 de este mes y continuará hasta el 15 de abril. La segunda se prevé para otoño. Más de tres centenares de cines se han sumado a la iniciativa.

A mí personalmente no me supone una gran ventaja esta decisión comercial, puesto que los cines de mi ciudad estaban a tan sólo 4,50 euros los miércoles, pero para todos esos locales cuyas entradas superaban los 8 euros incluso en el día del espectador, creo que sí que es un gran acierto adoptar esta medida. Espero que funcione bien, que el público fluya, y que nadie sea tan ridículo como para seguir quejándose de que “el cine es caro” ni encuentre nuevas excusas para no acudir a él…

miércoles, 1 de enero de 2014

Cines de Valencia (I)

Para los que amamos el Cine, para aquellos que hemos crecido asistiendo a cientos de sesiones, el cierre de una sala de proyección es invariablemente traumático. Te quitan a un amigo de toda la vida, casi un familiar. Desaparece un lugar que has frecuentado durante años para ser convertido en pasto de los especuladores, para ser derribado sin miramiento o remodelado en local comercial, banco o edificio de viviendas. Con la muerte de un cine se te va una parte de tu corazón. Es algo que sin duda las generaciones más jóvenes no podrán comprender, porque no vivieron la época de los grandes cines ni siquiera de refilón, porque la mayoría de las pocas salas de cine que quedan hoy día no tienen “personalidad” ni consiguen despertar el apego de la manera en que lo hacían las antiguas, algunas verdaderos dechados arquitectónicos…

De muchos de estos “amigos perdidos” nos habla Miguel Tejedor en su nuevo trabajo El libro de los cines de Valencia (1896-2014) que, a pesar de su título y de las fechas interiores, fue presentado en noviembre del año recientemente acabado. En sus 334 páginas, el autor repasa la trayectoria de más de un centenar de cines de la capital valenciana, la mayoría de ellos, por desgracia, ya extintos. Es un destacable trabajo documental al que se le puede objetar una redacción un tanto descuidada, pero que aporta datos tan impagables como las fechas de apertura y cierre de los locales estudiados, su ubicación y hasta detalles como los arquitectos que diseñaron cada edificio, el aforo de las salas o las máquinas de proyección que usaban, información complementada en muchos casos con fotografías antiguas y hasta programas y octavillas de los cines que se enclavaron en la ciudad del Turia desde 1896 hasta nuestros días. Estamos sin duda ante un emotivo viaje nostálgico a épocas ya lejanas que contagia melancolía tanto a aquellos que conocieron todos estos sitios como a los que no.

El libro ha sido publicado por la editorial también valenciana Carena Editors, y puede encontrarse en muchas de las librerías de la provincia por 18 euros.

Precisamente llevo algún tiempo planificando un artículo sobre los cines de Valencia que conocí, y la reseña de este libro me viene que ni pintada como prólogo a esa entrada que espero publicar en breve…