"Un hombre que limita sus intereses limita su vida" (Vincent Price)

sábado, 12 de noviembre de 2011

3 del 2001 (3)

La sala de cine queda a oscuras. En los altavoces panoramizados se empieza a oír la voz casi susurrante de una mujer. Habla en élfico, aunque sobre ella se escucha superpuesta lo que imaginamos es la traducción de las palabras en ese idioma ficticio:

“El mundo ha cambiado... Lo siento en el agua… Lo siento en la tierra… Lo huelo en el aire…
Mucho se perdió entonces, pero nadie vive ahora para recordarlo…”

Así comienza la tercera y última película que he seleccionado para esta trilogía de 2001 que ha pasado de la cruenta batalla de Stalingrado en Enemigo a las puertas al entrañable París de Amelie y que concluye, para quien no lo haya adivinado todavía, con la primera parte de la trilogía de El Señor de los Anillos de Peter Jackson, que lleva por título el mismo que su original literario, La Comunidad del Anillo (The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring), estrenada en España –y en casi todo el mundo– un 19 de diciembre de hace ya una década.

Primero, el libro
Como sabrá a estas alturas cualquier aficionado al cine y a la literatura de fantasía, la exitosa trilogía del señor Jackson toma como base de partida la novela de igual nombre publicada por el escritor británico John Ronald Reuel Tolkien (o J.R.R. Tolkien) entre 1954 y 1955 en tres volúmenes que en total superan las mil páginas de extensión. La segunda y tercera parte llevan por título, respectivamente, Las dos torres y El retorno del Rey, y su influencia entre el fandom del fantástico ha sido enorme casi desde el momento en que los libros aparecieron. Era bastante obvio que, antes o después, se acabaría llevando la popular novela al cine y, de hecho, ya hubo un intento parcialmente fallido de hacerlo en formato de dibujos animados en 1978 dirigido pop Ralph Bakshi.

Para no repetirme demasiado con datos de sobra conocidos por sus seguidores, comenzaré contando mi relación personal con la obra de Tolkien en general, y lo haré sorprendiendo quizá al lector al admitir que no soy demasiado aficionado al género de fantasía leído (en ese formato prefiero el del terror). Aunque muchos amigos míos sí que eran fans del profesor Tolkien años antes y me era de sobra conocido, yo no sentía especial interés por él en mi juventud, a pesar de ser un ávido consumidor de literatura. Un buen día, calculo que a principios de los 90, recibí como regalo de cumpleaños El Hobbit, otra novela del autor publicada en 1937 que acabaría dando origen años después a su más conocida obra, de la que se puede considerar una precuela. El Hobbit me pareció un simpático librito de orientación infantil, pero suficientemente entretenida para gente más adulta. Lo leí rápidamente y me gustó, y algún tiempo después decidí darle una oportunidad a su continuación, El Señor de los Anillos (una edición en un solo tomo de Círculo de Lectores que costaba 2500 pesetas). Inicialmente me defraudó y hasta se me hizo pesada con toda aquella larga introducción sobre el tabaco de los hobbits y demás. Dos intentos separados de abordarla fracasaron cuando llevaba no pocas docenas de páginas y acabé haciendo con esta novela algo que raras veces hago con un libro: la dejé aparcada durante varios años.

Primer intento de llevar el libro al cine,
Ralph Bakshi, 1978
Finalmente, cuando Peter Jackson había comenzado a rodar la también extensa adaptación fílmica de la película (iba a tener tres partes de cerca de casi otras tantas horas de duración cada una y que se estrenarían en sendos años sucesivos: 2001, 2002 y 2003) me dije que no podía ir a ver la película sin haber leído el libro, me puse manos a la obra y, para cuando La Comunidad del Anillo llegó a los cines, ya había comenzado el segundo volumen (y antes del estreno de Las dos torres, por supuesto, ya había acabado la obra completa).

En este momento voy a escribir algo que puede ser casi una blasfemia para muchos, pero tengo que decir que el libro El Señor de los Anillos no me entusiasmó: me pareció algo pomposo, innecesariamente largo y plagado de relleno: las poesías y canciones que los diversos personajes recitan y cantan cada dos por tres (que, naturalmente, pierden su sentido traducidas), pasajes y personajes incluso ridículos y un final inacabable que es casi un anticlímax, con historias complementarias que parecen estar metidas un poco con calzador. Eché de menos también una mayor descripción de los personajes principales, tanto física como psicológicamente. Aún con todo, la novela tiene muy buenos y entretenidos capítulos, sobre todo en el libro central (el viaje de los hobbits con Gollum, principalmente). Creo que Peter Jackson tuvo el grandísimo acierto de extirpar todas estas partes algo superfluas y forzadas en sus adaptaciones al celuloide, entre ellas la aparición de Tom Bombadil y el ya comentado final con la captura de Bolsón Cerrado por parte de unos malhechores. Me parece que el film transmite y describe mucho más que la novela, y eso que siempre he sostenido lo contrario: que ninguna película puede ser tan completa como un libro. En resumen: considero que la versión en celuloide de El Señor de los Anillos es al cine mucho mejor película de lo que la versión impresa lo es como novela a la literatura, y estoy seguro de que afirmando esto quizá me esté ganando la eterna animadversión de muchísimos seguidores de la obra cumbre de Tolkien.

Christopher Lee, reivindicado como mito viviente del fantástico
Viene la película
Entre mis primeros recuerdos del film está el temprano trailer que llegó a los cines ya un año antes del estreno. Todavía no estaba del todo familiarizado con los personajes, pero fui sabiendo de los actores elegidos para ellos y en general me agradó mucho el bien escogido reparto: a algunos intérpretes los conocía ya de más o menos años y había visto películas suyas (Viggo Mortesen, Liv Tyler, el excelente Sean Bean, que siempre me ha parecido un actor desaprovechado en papeles de malo, Ian Holm, Ian McKellen, Cate Blanchett, Hugo Weaving, John Rhys-Davies…), otros me eran total o casi totalmente desconocidos (Orlando Bloom y casi todos los hobbits: Billy Boyd, Dominic Monaghan, Elijah Wood o Sean Astin, al que sólo recordaba de Los Goonies). Me ilusionó especialmente el fichaje de Christopher Lee, quizás la última gran leyenda viva del cine fantástico, cuya figura había empezado por fin a ser reivindicada desde finales de los 90 por importantes directores como Tim Burton, George Lucas, y por supuesto, Peter Jackson.

Y hablando de Peter Jackson: me produjo cierta perplejidad el conocer que el director neozelandés había sido elegido para orquestar un proyecto de tal magnitud, pues era un cineasta apenas conocido excepto por los más acérrimos al fantástico cuya carrera hasta el momento no me había parecido especialmente destacable, quizá con la excepción de Criaturas celestiales.

Compañeros de penurias
Una cosa que tenía bien clara conforme se acercaba el estreno de la primera parte de la trilogía de El Señor de los Anillos, confirmada tras su estreno, casi consagrada con el final de la saga dos años después, era que nos encontrábamos ante un hito en la historia del cine fantástico, incluso en la historia del Cine, simplemente: sólo por el tremendo despliegue de medios, personal y talento que reunía la trilogía estaba claro que sus episodios iban a figurar en un capítulo importante del 7º Arte. Todavía me asombro cuando veo making-offs o leo libros sobre la producción en los que vemos construir de la nada pueblos enteros como Bolsón Cerrado o Rohan, y con los fascinantes y maravillosos paisajes de Nueva Zelanda en los que se rodaron los tres capítulos (porque, por suerte, en El Señor de los Anillos hubo muchas localizaciones exteriores, y Peter Jackson no abusó de la infografía, error que cometió su colega George Lucas por aquella época con la segunda trilogía de Star Wars). Otro tanto se puede decir de los apartados de vestuario, armas, artefactos, atrezzo en general y criaturas de los que se ocuparon los diferentes departamentos de la producción, destacando entre ellos la empresa de FX Weta Workshop (co-propiedad de Jackson).

Por suerte, además, creo que las tres películas de esta trilogía contaron también con un buen guión, idéntica dirección y destacables interpretaciones. No es de extrañar que la saga quedara bastante redonda y su calidad (y también su presupuesto, por qué negarlo) fuera reconocida cuando concluyó con nada menos que 11 Óscars en la edición de 2004 de los premios hollywoodienses (los capítulos anteriores ya habían acaparado varios más). A diez años vista, creo que mi convicción era cierta y que, con el tiempo, la trilogía de Peter Jackson se destacará en los anales del género fantástico cinematográfico, equiparada a otras grandes sagas como puedan ser Star Wars o Star Trek.

Las irresistibles orejas de Liv Tyler
Hablando de las películas de George Lucas: se dio la circunstancia de que, durante los años en que se estrenaban las tres películas de El Señor de los Anillos, el citado director norteamericano también traía a las pantallas su nueva saga de precuelas de Star Wars. Aquella época, entre 1999 y 2005, fue muy emocionante para mí como espectador y fan del cine fantástico porque casi todos los años había un interesante estreno que esperar de una u otra saga, e incluso en 2002 coincidieron Las dos torres y El ataque de los clones. Se estableció de alguna manera una cierta rivalidad sana entre los fans de ambas trilogías por aquella época, y personalmente he de decir, a pesar de ser seguidor de La guerra de las galaxias desde niño, que en general creo que el alumno Jackson dio una buena lección al maestro Lucas sobre cómo se debe dirigir una buena película de género fantástico. Por suerte, en esta vida no es necesario ser extremista en cuestión de gustos fílmicos, y ambas trilogías figuran en mi videoteca y son revisionadas con cierta frecuencia.

A destacar…
En esta ocasión no resumiré el argumento de la película revisada, La comunidad del anillo, porque creo que es de sobra conocido. Sí destacaré, en cambio, algunos de los aspectos, ideas y partes de la película que me hicieron fan de ella. Uno ya lo he mencionado, y son todas las localizaciones naturales que podemos ver retratadas a lo largo de la cinta, a menudo con tomas hechas desde helicópteros. Todos esos bosques, montañas y ríos que vemos en la película refuerzan su aire de cine de aventuras y ayudan a entender la grandiosidad y vastedad del mundo imaginario en el que se basan y transcurren.

Bravos guerreros
De la película me gusta también su –lógica– dimensión épica, los personajes de los héroes especialmente, con su nobleza, compañerismo y espíritu de sacrificio. Es bien cierto que estamos ante arquetipos del cine y de la literatura de siempre, pero bien tratados siempre pueden funcionar en nuevas historias –y lo hacen muchas veces–. El típico rol del gracioso (en este caso dos: Merry y Pippin, con cierta colaboración de Gimli), que a menudo desequilibra el dramatismo emocional de una historia, en esta ocasión no lo hace casi nunca, y a estos personajes se les retrata sosegados, con el elemento humorístico incluido en moderada medida.

A la altura de los demás apartados del film me parece también la partitura de Howard Shore, con muchos cortes de melancólico aire chaikovskiano como los que incluyen el principal leitmotiv de la trilogía, aquel que oímos cuando aparece el título de ésta, y varios temas vocales que normalmente me producen desasosiego o incomodidad, pero que en La Comunidad… no me saturan tanto como en otras cintas. No diré lo mismo de los típicos y esperables canciones new age que aparecen en las tres películas, por fortuna casi siempre al final, en los créditos.

"Que extraño destino tener que sufrir tanto miedo y dudas por
algo tan insignificante, tan irrisorio..."
Un último elemento que destacaré de la historia de la película –y de la trilogía en general– es el tono sombrío, siniestro, a veces apocalíptico que abunda en ella: esa terrible ominosidad   que toma forma en la figura de Sauron y todos sus seguidores, del Mal como personaje omnipresente a lo largo de toda la historia: incluso cuando no vemos a ninguna de las criaturas que lo encarnan, se está nombrando constantemente o se nos transmite con la simple presencia del Anillo Único. De nuevo un cliché, por supuesto, pero usado con sabiduría y corrección una vez más. ¿Quién lo hubiera esperado de alguien que había rodado Mal gusto o Braindead, para mí dos películas de dudosa calidad e interés?

Precisamente con respecto a ese componente siniestro y casi pavoroso, hay tres secuencias de la película que me encantan y en la que éste hace clara presencia: mi favorita es toda la de las Minas de Moria, desde que los personajes llegan a la puerta hasta que entran en ese inmenso mundo subterráneo lleno de terrores, su combate con los orcos, y la aparición del Balrog (sobrecogedor ese momento en que los orcos huyen y se ve el resplandor de las llamas de la criatura a lo lejos). Mi segunda secuencia preferida es el combate contra los terroríficos Nazgûl en la Cima de los Vientos, y la última tiene lugar al final de la cinta, cuando el grupo protagonista viaja por el río, pasa los impresionantes Argonath y se enfrenta a los bestiales Uruk-Hai. Me repito a menudo con lo mismo, pero creo que películas como esta pierden mucha de su calidad, viveza y emoción si no se ven en pantalla grande. Tengo todos los DVDs y, desde luego, no es lo mismo adentrarse en Moria en una televisión que en un cine, en donde te sumerges completamente en el lugar y la historia.

Enemigos terribles
Las dos continuaciones de La Comunidad del Anillo me gustaron también mucho, pero considero la primera parte de la trilogía la mejor de todas aunque sea por una pequeña diferencia. La única pega que le pondría a la saga y que le criticaría a Peter Jackson es un uso del elemento melodramático algo desmedido a lo largo de la trilogía y que acaba siendo hasta exagerado en su tercer capítulo, especialmente en lo tocante a la relación entre Frodo y Sam. No obstante, y de nuevo al igual que La guerra de las galaxias, me gusta considerar la trilogía de El Señor de los Anillos prácticamente como un solo largometraje fraccionado en tres partes, y tiendo a valorarlas en su conjunto, con todas ellas unidas. También he llegado a ver las ediciones extendidas de las tres películas y me parecen muy acertadas de nuevo; al fin y al cabo se rodaron junto al resto de metraje estrenado en cines y por ello no patinan ni chirrían una vez integradas en el montaje oficial, no como otro señor al que he nombrado varias veces en este artículo que tiene la costumbre de estropear sus trabajos de antaño con nuevos y forzados añadidos.

Ni que decir tiene que estoy deseando que se estrenen las dos partes de El hobbit –que releí el año pasado– para poder revivir y disfrutar aquellos años en que se estrenaron sus secuelas. ¡Y con Evangeline Lilly de elfa!